domingo, 24 de abril de 2022

 

“UNA CUESTION DE LENGUAJE”

El conocimiento es poder y en ello el lenguaje juega un papel trascendental. Saber quién trata de manipular una realidad depende de discernir si lo que se dice de una determinada situación se condice con la realidad

 

Por Charles H. Slim

Estamos en una época de cambios radicales en todos los ámbitos de la vida del hombre. Uno de ellos sin dudas es el de la velocidad en la comunicación de las ideas, los conceptos y de la misma realidad de los hechos que ha desatado una serie de consecuencias pisco-sociológicas como son el aumento de las falsas denuncias sobre la base de hechos planificados (Banderas falsas), la censura y últimamente la llamada cultura de la “cancelación” y todo lo que ella conlleva.

El fenómeno de la instantaneidad en la divulgación de la información, propiciada por las redes sociales y la sofisticación de los teléfonos actuales, ha permitido que hechos trascendentes que en otras épocas habría que haber esperado que lo contaran los grandilocuentes y “respetados” medios gráficos, radiales y televisivos de occidente hoy se conozcan en tiempo real tan solo con un “click”.

Hoy la historia no la cuentan solo los triunfadores ni quienes detentan el poder económico y el monopolio de los medios audiovisuales desde el final de la segunda mitad del siglo pasado.

Precisamente desde 1945 hasta finales del siglo pasado la construcción de un mito como lo es la “democracia liberal” y sus bondades han caído al suelo tras comprobarse en que consta esa formulación que durante décadas fue pintada como “única y mejor” al lado de otros sistemas de gobierno por el gigantesco aparato de propaganda como la única y ¿La causa de ello? El dinero y la economía, nada más (como lo vemos en Ucrania hoy).

Desde aquel entonces, la persuasión para generar emprendimientos expansionistas y justificar gastos para solventarlos ha pasado en cómo se utiliza y manipula el lenguaje. Lo mismo para informar sucesos y hechos que no debían ser conocidos directamente por los ciudadanos de cualquier parte del mundo o que eran políticamente incorrectos. La censura explicita y luego velada con eufemismos fue la solución más utilizada hasta finales del siglo XX. Hasta 2001 pocos se atrevían a denunciar conspiraciones y manipulaciones gubernamentales. Mucho menos las atrocidades y los excesos de EEUU durante la “Tormenta del Desierto” en 1991 pero ello se volvió algo común tras ventilarse en 2004 las bestialidades en los asaltos a Faluya, Najaf y las sistemáticas torturas y violaciones que se practicaban en Abu-Graib y una veintena de campos similares en todo Iraq.

El campo de concentración de Guantánamo en Cuba, donde se recluían a musulmanes “sospechados” de estar contra EEUU, es otro ejemplo de cómo se altera el lenguaje para describir mañosamente algunas cuestiones. Aún suele ser denominado “campo de detención” para diluir las arbitrariedades y las violaciones a los derechos humanos que allí se cometían.

El uso y abuso de la palabra “terrorismo” y su incoherente frase “guerra contra el terrorismo” (fabricada por los neoconservadores y sus socios sionistas), quiso ser la excusa para respaldar estas inhumanidades sin advertir que sus propias acciones estaban generándolo. De ese modo y ante lo evidente los abogados de la CIA sugirieron a La Casa Blanca que se usara el término “métodos de interrogación mejorada” para no hablar más de torturas, aunque ello no significara que se dejaran de practicar.

Lo mismo para explicar por qué y quiénes rechazaban a EEUU y Gran Bretaña en los países que habían invadido.

Aquí precisamente Washington y los medios que discurrían su posición no hablaban de “resistencia” sino de “insurgencia”, un detalle semántico que cambiaba la perspectiva del por qué EEUU y Gran Bretaña estaban allí. La resistencia implica el derecho a rechazar una fuerza extraña, mientras que la insurgencia es el levantamiento contra una autoridad, que en los casos aludidos fueron arbitrariamente colocadas por EEUU y la OTAN. Un dato adicional a esto, son los 25.000 efectivos norteamericanos que habrían muerto por efecto de la resistencia iraquí tan solo en la operación de invasión a Iraq (entre el 20 de marzo al 30 de abril de 2003) y que se incrementaría de forma geométrica con cada año de ocupación.

Lo mismo para ejecutar el espionaje masivo y global que usando la excusa del “terrorismo islamista” la NSA (y sus socios del Five Eyes) se dedicó a pinchar las comunicaciones de todo el mundo -incluidos los mandatarios aliados- violentando con ello uno de los preceptos sagrados de la libertad individual como es la intimidad.     

Para describir una situación bélica, de acuerdo a quien sea el emisor dependerá el vocabulario empleado. Lo que sucede hoy en Ucrania y en Mariupol en particular, es el ejemplo más cabal de lo que aquí hemos visto. Washington pese a imponer una censura absurda sobre los medios informativos rusos, no ha logrado controlar el relato. Tal vez haya logrado alinear algunos gobiernos en su política, pero no ha logrado establecer la “verdad suprema” sobre lo que sucede y mucho menos hacer creer el pueril argumento que “Putin tiene una obsesión por destruir a Ucrania y matar civiles”.

Una de las manipulaciones más destacadas se refiere a los supuestos “voluntarios” que acuden a Ucrania a luchar junto a las FAU. Primero que todo, no se trata de voluntarios sino reclutas de la CIA quienes forman parte de grupos que tienen un poder de fuego superior a lo que queda de las FAU. Incluso más. Ningún “voluntario” que llegue a Kiev será admitido sin la supervisión de asesores estadounidenses quienes incluso están a cargo de la SBU (inteligencia) muy entretenidos últimamente en detener a quienes critiquen a Zelensky y el manejo de la situación o expresen algo en favor de Rusia. Es un Deja Vu de lo que sucedió desde 2014. Entonces cabe preguntarse ¿Quiénes realmente están a cargo de las fuerzas ucranianas, los ucranianos? O tal vez nos debiéramos cuestionar ¿Quién realmente gobierna en Kiev?

La “heroica resistencia” de la que hablan los medios occidentales en realidad es parte del accionar de un conglomerado de grupos secretos que tienen el monopolio de la fuerza militar, controlados en última instancia por el Pentágono.

La inconfesable situación que se esconde debajo del complejo de Azovstal es por estas horas objeto de una fuerte operación de manipulación sobre quiénes y por qué se hallan allí. Para los mass media occidentales (anglosajones) allí “resisten miles de civiles inocentes a los violentos bombardeos rusos”. Pero en realidad, quienes se han atrincherado debajo del complejo son los restos de los grupos “banderistas” y de la 36º de Infantería de marina ucraniana acompañados por varios asesores (británicos, estadounidenses y francés) de la OTAN. Su celo tiene un propósito dirigido a impedir que los laboratorios grado 4 capaces de producir el agente biológico “Sars-Cov 2” sean desmantelados o de no quedar otro remedio, destruirlos.

Ha sido por ello que Washington y Londres lanzaron al unísono la conveniente acusación de que Rusia pretendía usar armas químicas. Con ello si la destrucción produjera alguna fuga letal, los anglosajones estarían cubiertos y las culpas recaerían sobre Rusia y todo por una simple pero maléfica forma de acomodar las palabras.

 

 

 

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