VETERANOS DE AYER
“CONSECUENCIAS DE LAS ARMAS
QUIMICAS: EL INCIDENTE DE JUBAIL”
La
crónica de uno de los hechos de aquella guerra que sigue vigente 25 años
después
Por Dany Smith
Tal como
habíamos tratado anteriormente en uno de nuestros artículos, en el teatro de
operaciones del Golfo Pérsico habían pasado muchas más cosas de lo que contaron
los controlados medios estadounidenses, tratando de minimizar el impacto en la
psique colectiva del público estadounidense en particular y en la del mundo en
general que veía la primera guerra televisada en vivo desde el lugar de los
hechos.
La guerra aséptica que no
mostraba muertos y el efecto de los muy promocionados “ataques quirúrgicos” de
las fuerzas de la coalición, se volvió parte de ese mito que los propagandistas
del Pentágono y sus colaboradores mediáticos, intentaron carnificar como la
verdad revelada. Pero la verdad, era algo muy diferente y repugnante para
ventilar.
Recordando lo que las autoridades
militares de la coalición y que sus jefes políticos en Washington se encargaron
de reiterar por los medios, “nunca se usaron armas químicas en dicho conflicto
y si así hubiera sido, no lo supimos”. Con palabras más, palabras menos, esa
fue la postura oficial del Pentágono cuando allá a mitad de los noventas,
comenzaron las preguntas sobre los casos de veteranos que estaban sufriendo
extrañas y graves afecciones en sus organismos e incluso, sobre la salud de sus
familias.
Muchos de los que comenzaron a
sentir malestares y hasta incluso, otros que
murieron sin que se pudiera diagnosticar el mal que los aquejaba,
estaban seguros de que el gobierno les ocultaba la realidad de lo que había
pasado en los meses que duró la guerra. En medio de la euforia por la
“victoria”, inflada mediáticamente por
Washington, cualquier cuestionamiento caía en oídos sordos y hasta incluso, en
amenazas de que no les convenía molestar al gobierno con sus quejas.
Uno de estos casos fue el
ocurrido en el puerto saudita de “Al Jubail”, en donde –obviamente- se
destacaron fuerzas aliados, especialmente norteamericanos y británicos dotados
entre otros sistemas, de sensores de agentes químicos RUVD que podían detectar la diseminación de algunos
aquellos elementos en el aire. Según se pudo saber, estos equipos y los
encargados de operarlos al servicio del “Pentágono” era una unidad Checa, que
experta en el manejo de situaciones de contaminación en una guerra química y
biológica, contaba con sistemas móviles y protocolos ampliamente probados en
los escenarios de los realistas ensayos militares que hacían con el “ejército
rojo” cuando pertenecieron al “Pacto de Varsovia”.
Obviamente, para Washington
eso no era ninguna barrera para que estos “ex comunistas” ofrecieran sus
servicios y para Praga, el dinero compra todas las lealtades.
En este sentido, el comando
general USCENTCOM a cargo de las operaciones “Escudo del Desierto” y más tarde
“Tormenta del Desierto”, le encargaron a las brigadas checas, que dispusieran
de patrullas de vigilancia química que, mediante sus unidades móviles equipadas
con laboratorios para sus fines,
monitoreaban los sectores por donde habían caído misiles, obuses o cualquier
otro artefacto que despertara sospechas de un posible ataque NBQ.
A pesar de haber cumplido con muy
buen desempeño la tarea de detectar el uso de agentes químicos, sus mandos se
mantuvieron a pie juntillas a las órdenes del comando central de mantener un
total silencio sobre los resultados que se obtenían en dicho eventos, ante los posibles
cuestionamientos que pudieran surgir entre las diversas unidades dentro del
Teatro de operaciones.
En aquel incidente, según lo han
expuesto algunos testimonios de los ex miembros de las patrullas checas que
acudieron al sector, indicaron que el viento rotaba de este a oeste algo que no
era ni bueno ni malo, pero que con seguridad, con el paso de las horas terminaría
contaminando una amplia superficie del territorio y de las aguas adyacentes en
unos cientos de kilómetros a la redonda.
El factor climático es
fundamental en estas circunstancias. Una
ojiva con carga química caída sobre un terreno con vientos rápidos de cara a
una población o a una instalación militar, representaba una segura infestación
o envenenamiento de los seres vivos –humanos, plantas, animales- que se hallaran en la ruta del viento. Aunque los militares norteamericanos y
británicos negaron que Iraq hubiera
podido usar ojivas con cargas químicas y
biológicas, las evidencias en el terreno que fueron advertidas por varios de
aquellos veteranos, al ser comentadas ante sus superiores, solo recibieron
advertencias de que mejor se olvidaran de lo que habían visto.
Uno de estos casos fue el
acaecido el 19 de enero de 1991 sobre las instalaciones del puerto saudita de
“Al Jubail”. Uno de los testigos presenciales de aquel hecho, recuerda que eran
las 3:00 de la madrugada cuando, desde uno de los buques que se hallaba
fondeado en una de las radas del puerto, escucho el característico silbido de
un misil que va cayendo y para cuando se apronta a la cubierta, ve como una
bola de fuego que provenía del norte cae sobre un sector militar detrás de las
instalaciones portuarias, causando una brillante explosión seguida de un
estampido pavoroso. Causalmente, el misil que se presumía era un “Scud”, además
de hacer desaparecer una estación completa de misiles costeros CSS-20, traía
consigo una sorpresa extra. Inmediatamente a la caída comenzaron a sonar las
alarmas de peligro químico y los soldados destacados en el área corrieron para refugiarse
y colocarse sus máscaras y equipos de guerra NBQ.
Pese a que los soldados se habían
colocado sus máscaras, muchos de ellos debieron sacárselas para poder salivar y
limpiarse la nariz ante la profusa mucosidad que les produjo verse expuestos a
ese rocío que trajo la explosión de aquel misil. Una semana después, muchos de
aquellos hombres que habían quedado expuestos al rocío venenoso cayeron en cama
con todo tipo de síntomas. Muchos otros recibieron afecciones más limitadas
como parálisis de sus labios inferiores o superiores pero no se les informó su
origen, irritación de la vista, tos y aparentes alergias. Otros como el testigo
de aquel buque anclado en el puerto, pese haber estado a unos cuantos
kilómetros del incidente, hoy es uno de los miles que se encuentra afectado por
problemas pulmonares que aparecieron dos
años después de haber terminado la guerra.
Según testimonios de veteranos
tanto norteamericanos como británicos, los ataques con ojivas NBQ –Nuclear
Biológica y Química- fueron variados y con una continuidad pasmosa. Incluso
testimonios de ex oficiales de la Guardia republicana que habían sido
entrevistados por periodistas independientes al final de la guerra, confirmaron
que entre sus municiones disponibles habían alternadas y distinguibles en
colores, ojivas con cabezas químicas y biológicas, tanto para obuses de
artillería como para montar en sus sistemas SS-Scud y otras variantes que
habían permanecido en secreto. Tal cual a estos testimonios, documentos SECRETOS que se han ventilado un tiempo atrás
y que corresponden a los robados de los archivos del Ministerio de Inteligencia
en Bagdad tras la invasión en 2003, se
detallan planes de contingencia para una contraofensiva “letal” contra los
agresores que entre otros vectores disponibles para dicho plan, estaban los
misiles tipo “Frog-5” para lanzarlos sobre las cabecera de playa que pudieran
haber ocupado las fuerzas de la coalición.
Esta era una de las situaciones a
las que se había destinado aquella estructura de inteligencia que vigilaba a
todo y a todos en el Teatro de operaciones. Además de tratar de desarticular
cualquier ataque de células pro-iraquíes operando en la zona, debían mantener
en silencio cualquier información que
pudiera perjudicar a los planes militares o a la propaganda mediática
difuminada por y solo por la CNN. Quien se atreviera a criticar la versión que
radiaba Estados Unidos sobre la evolución del conflicto, podría haber sido
encarcelado por traidor.
A pesar de que los hombres que se
vieron expuestos en “Al Jubail”, fueron amedrentados para que no hicieran
comentarios sobre este suceso, al terminar la guerra y con el creciente número
de casos que se estaban dando entre los veteranos que habían participado,
muchos de ellos dieron testimonio de cómo se habían dado los hechos y que, al
contrario de lo que había informado el gobierno, los iraquíes usaron sus
misiles con una intensidad muy superior a la informada y muchas de ellas, con
cabezas de guerra Química albergando “Gas Mostaza” o “Sarín” y Biológica “Agente botulimico” y “Antrax”. Tras una larga lucha y circunscripto en la
ley de Libertad de Información, los veteranos lograron que se desclasificaran
algunos documentos como el NBC-DESK LOG en el cual se detalló el incidente en
el puerto de Jubail pero, con convenientes mutilaciones en el expediente.
En dichos cuerpos administrativos
que habían sido sepultados en los archivos del Pentágono, a pesar de su
liberación, se pudieron advertir que desde el inicio los reportes se encargaron
de negar sistemáticamente la existencia del ataque químico concluyendo en algunas de
sus piezas: SCUD ALERT 2. NO CHEMICAL WARHEAD REPORTS “no hay cabeza
químicas reportadas”. A pesar de que varias secciones de estos informes
faltaban, para los veteranos fue un triunfo y un gran avance por lograr saber
que era lo que realmente había pasado y que a su vez, el gobierno asumiera las
responsabilidades por aquellos hechos.
Con el paso de dos décadas y
media de aquellos hechos, los informes independientes sobre el tema, en
especial realizado por el profesor emérito Malcom Hooper de la Universidad
Sunderland y asesor del gobierno británico en asuntos sobre las “enfermedades
de la guerra del golfo”, han arrojado luz las aberraciones que se realizaron en
aquella guerra que quedó documentado en el informe titulado “La Guerra más
tóxica de la historia moderna”, de la cual no solo fueron afectadas las tropas
terrestres y las poblaciones locales sino también, al personal aeronáutico y
naval involucrado en la campaña “Tormenta del Desierto”.