VETERANOS DE AYER
“LA FASE QUE NO FUE”
La historia poco conocida de los planes del gobierno menemista por ampliar la participación del país en la guerra del Golfo de 1991
Por Charles H. Slim
Sin lugar a
dudas se puede decir que poco se ha dicho y mucho menos la opinión pública se
ha enterado, sobre muchas cosas que se tejieron en el comienzo de la crisis del
Golfo Pérsico allá por mediados de 1990.
Uno de los más ignorantes en todo ello ha sido sin lugar a dudas, los ciudadanos
argentinos quienes suelen adolecer como de costumbre de una notable amnesia
cuando se trata de hechos comprometedores y difíciles de abordar. Este episodio
de la historia contemporánea en la que Argentina fue parte, no escapa a ese
carácter timorato que acostumbra.
Según la historia oficial, cuando Iraq entro en Kuwait el 2 de
agosto de 1990, comenzó una etapa de crisis internacional que pese a que se
puso como disparador a la figura del entonces líder iraquí Saddam Hussein, fue
especialmente propulsada desde Washington con intensiones que –a la
distancia y por los hechos que ya se conocen- se hallaban encubiertas
detrás de argumentos falaces sobre la defensa de la democracia, la libertad y
los derechos humanos. Haciendo uso de su
notoria influencia sobre Naciones Unidas, la entonces administración
republicana de George H. Bush desplego
(mediante una campaña mediática feroz) y al amparo del foro internacional, una
de las guerras más terribles de final del siglo XX.
En aquellas circunstancias el entonces gobierno argentino presidido
por el justicialista Carlo S. Menem asintió a la propuesta que, por una
escandalosa influencia de Washington, Naciones Unidas proclamo y resolvió trabar
sanciones económicas y comerciales contra la república árabe de Iraq. Los
argumentos de Menem para semejante obsecuencia política fue el “respeto a la
legalidad internacional”, en el marco de un “nuevo orden” que ya se asomaba
dirigido desde el norte. Para ello aplicaron al pie de la letra el entendimiento
del capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas y se esforzaron para que el
entonces gobierno iraquí pareciera una amenaza de alcance global al cual había
que frenar.
En esos momentos la CNN y las cadenas europeas solo hacían alarde
de una sorpresiva situación que en realidad, no lo era ni para Washington ni
Londres. Tanto George H. Bush como la entonces primer Ministra británica Margaret
Thatcher sabían que había asuntos pendientes entre Kuwait City y Bagdad y ellos
estaban haciendo todo lo posible para sacar partido de ese entuerto. La CIA y
el MI-6 estaban muy presentes en las discordias fronterizas por el robo de
crudo en los campos petrolíferos iraquíes de Rumailah y se encargaron de que
ambas partes se acusaran mutuamente.
Todo estaba digitado y obviamente ello no estaría a la vista de los
incautos y muchos menos disponible para la difusión mediática. Semanas antes de
que esto se desatara, las tropas estadounidenses movilizaban tropas en Europa y
los británicos daban inusuales señales de preparativos con acopio de pertrechos
y vehículos en Rutland y Gutersloh, Alemania.
Por el contrario en Buenos Aires meses antes de que todo esto
estallara no se sabía nada y el gobierno se hallaba más preocupado por
concretar las privatizaciones de las empresas del estado que otra cosa.
Aseverar que Argentina tenía una política de estado con respecto al Medio
Oriente y en particular hacía los asuntos que disputaban Iraq y Kuwait es de
una falacia inconmensurable. Incluso se puede asegurar que como estado, carecía
de un posicionamiento político y estratégico hacia esa región.
¿Recuerdan la posición de Argentina? Brevemente, en ese momento el
gobierno supuestamente nacionalista de Menem dio una patada a toda la historia
del partido que decía representar y simplemente adopto la posición
intervencionista de Washington, que obviamente justificó ante la opinión
pública como un apoyo a la democracia y a la ley internacional. Es aquí donde
comienza toda la farsa argumentativa del gobierno argentino para introducir a
su país en un conflicto que aún perdura hasta nuestros días.
Conocemos bien como se desarrollo todo. Menem asintió
inmediatamente a colaborar sin tener la más mínima información imparcial y
propia de lo que realmente estaba ocurriendo allá. Visto a la distancia y
atendiendo a la gravedad de la situación el comportamiento de ese gobierno fue
claramente amateur y nada serio ya que, puso a la Argentina en una posición de
la que históricamente había renegado (Como miembro del bloque de los países no
alineados). Para sostener su posición, Menem y su canciller Domingo Cavallo
aseguraron que su participación se daba en el marco de un “mandato” de Naciones
Unidas y que por ende, ello era obligatorio. De esa manera ordenó el envió de
dos buques de la Armada (Grupo Alfil 1) que zarparon el 25 de septiembre de
1990 de la base Naval “Puerto Belgrano” en momentos que habían muchas
reticencias no solo políticas sino también militares sobre las implicancias de
esa misión.
Desde el punto de vista legislativo internacional, jamás existió un
mandato de Naciones Unidas y por ende no había obligación de remitir elementos
para cooperar con los esfuerzos liderados por EEUU que desembocarían en una
guerra terrible. Incluso al día de hoy, está muy discutida la participación
orgánica y el maleable comportamiento del foro internacional en aquellas
circunstancias. Fue una lamentable muestra de lo que devendría en el futuro, el
uso de máscara para refrendar actos urdidos por Washington y sus aliados.
Pero el gobierno de ese entonces estaba decidido a colgarse del
furgón de cola de la historia de un presunto triunfador y con ello obtener las
mieles del éxito y la complacencia de la por ese entonces “única superpotencia”
emergente de aquella era bipolar que se había caído junto al Muro de Berlín en
1989. Menem contaba con que en el peor de los casos EEUU aplastaría a los
iraquíes; después de todo –debió haber pensado- Iraq no tiene como
enfrentar a la única superpotencia emergente. Como bien decimos, aquel gobierno estaba
decidido hacer lo que fuese por caer en gracia a los anglosajones y no se quedaría
con la remisión de una misión naval; no claro que no.
Según archivos e informes de la época revelan que Menem y su cúpula
del Estado Mayor Conjunto, estaban preparando ampliar la colaboración militar
para intervenir contra Iraq ya que, esperaban obtener muy buenos réditos (políticos
y económicos) con esas señales. En algunos documentos de la época se revelan
los planes (fechados por finales de agosto y comienzos de septiembre de 1990) para
el envío de una fuerza terrestre compuesta por unos cien hombres de infantería del
ejército argentino en una compañía mecanizada.
Aquella misión había estado
pensada asignársela a quien revestía como Comandante del Tercer Cuerpo de
Ejército Jorge Maffey, quien contaba con una amplia experiencia en misiones de
paz (Cascos Azules). Aquel cuadro de hombres debería estar compuesto por
oficiales y suboficiales, que hablaran inglés fluido y por supuesto, que no
tuvieran en sus curriculas personales antecedentes de ideas nacionalistas. Eso obviamente en momentos que presuponían
que solo habría unas escaramuzas y nada más, demostrando el grado de ignorancia
y el alcance de los verdaderos planes que tenían predeterminados en la Casa
Blanca desde mucho antes que todo esto comenzara.
De haberse concretado esto, las tropas que estarían pertrechadas
para el combate (ya que no eran cuerpos de paz), además de estar posicionadas
dentro del teatro de operaciones y bajo el comando del USCENTCOM, se habrían
visto obligadas a participar de las operaciones ofensivas y a devolver el fuego
(Conforme lo dispuesto por la Ley 23.904/91).
A esto solo se lo puede llamar inconsciencia por no decir otro
calificativo más grosero ya que sin lugar a dudas el gobierno argentino terminó
tragándose la carnada y todo el redil como un simple aficionado. De haberse
concretado el envió de estos hombres seguramente muchos de ellos no habrían
regresado y los que si lo hubieran hecho, estarían actualmente con complicaciones
en su salud y luchando para que su gobierno les reconozca el derecho de
veteranía.
Quedo claro que aquella crisis había estado planificada y
controlada desde cerca por Washington. No solo lo han revelado documentos desclasificados
y testimonios oficiales de la administración estadounidense sino también muchos
de los documentos que se archivaban en los edificios del gobierno de Saddam
Hussein los cuales fueron curiosamente saqueados por la invasión de 2003.