VETERANOS DE AYER
“DOS DIAS EN BAGDAD”
La crónica ligera y anónima de un
aventurero italiano durante el inicio de la invasión a Iraq en 2003
Por
Pepe Beru
Corría el
mes de marzo de 2003 y el Medio Oriente estaba a punto de estallar en una nueva
conflagración encabezada por EEUU y sus aliados, solo que esta vez no se
quedarían del otro lado de las fronteras kuwaitíes y sauditas; las órdenes para
las tropas norteamericanas eran precisas: invadir a Iraq y derrocar al gobierno
de Saddam Hussein. Fue así como dio comienzo a una guerra que para muchos, aun
no culmina.
Es un
capítulo de la vida política norteamericana que los neoconservadores y sus
historiadores a sueldo quisieran borrar con una goma mágica pero, la sangre no
solo no puede borrarse sino que es muy difícil de limpiar. Aún no se ha
blanqueado el alcance real de las arbitrariedades y los crímenes que los
invasores cometieron desde que desembarcaron en el país árabe y mucho menos, su
responsabilidad en el sostenimiento de un gobierno colaboracionista como el de
Nouri Al Maliki y sus sucesores que realizaron (y continúan realizando) los
trabajos sucios que los mismos estadounidenses y sus colegas británicos no
querían llevar a cabo.
No hay
como los testimonios en primera persona de quienes presenciaron parte de aquella
historia de terror. Este es el relato de quien llamaremos Genaro H. un joven
traductor de idioma árabe y arqueólogo por afición de origen italiano quien
movido por su avidez investigativa, viajo desde Italia a Egipto y de allí a
Iraq en momentos que todo estaba muy caliente.
Preocupado por las reliquias
arqueológicas de Babilonia y en especial por los jardines colgantes, Genaro
quería ir a estudiar cual era la situación de aquella reserva milenaria que ya
había sido en 1991 blanco de los ataques aéreos de los aviones estadounidenses
y británicos. Era evidente que, ante la compleja situación en ese momento su
presencia en Iraq no estaría exenta del peligro mismo de un ataque inminente de
la coalición sino también de una estrecha vigilancia por el temible servicio de
inteligencia iraquí.
Sin pensar
en nada de eso, Genaro tomo su mochila y su cámara “Nikkon D 1” que había
comprado una año antes en Roma y se embarcó en El Cairo para en pocas horas
tocar tierra en Aman, Jordania y así llegar definitivamente a Iraq.
Al llegar
al aeropuerto “Saddam Hussein” de Bagdad, la presencia militar era
indisimulable aunque, sin causar la misma tensión e incomodidad que se podía
ver en otros países occidentales o africanos donde matones uniformados (o
vestidos de civil) te sacaban de una fila y a tirones y cachiporrazos te
llevaban a un cuarto aledaño para interrogar. Más allá de las aburridas y
cancinas versiones de los medios occidentales sobre la supuesta torpeza de los
árabes en estos temas y de la brutalidad con la que se conducían, con lo que
respectaba a los iraquíes ello no concordaba.
Aquel
joven recuerda diciendo: a pesar de la
amenaza inminente de los estadounidenses y sus aliados, la gente en Iraq sigue
su vida y las fuerzas militares que merodean en las calles y carreteras se
muestran alertas pero gentiles; para un momento después agregar No hay esa psicosis que ves en los
carabinieri de mi país o policías de otros países europeos que ya señalan a
alguien como sospechoso por su forma de vestir; aquí es muy diferente.
Genaro
pretendía obtener el permiso del gobierno para llegar a Babilonia y tomar fotos
y apuntes sobre el estado de las ruinas del zigurat de “Ur”, los jardines
colgantes y las asombrosas obras sobre relieve que representan las hazañas del
Gran Nabucodonosor II entre otras edificaciones del lugar. Para ello debía ir
al centro de Bagdad y tramitar su visado ante las autoridades locales las
cuales a su vez notificarían al Ministerio de interior que se encargaba de los
asuntos de seguridad interior. Como su
propósito en la visita no escondía nada raro ni era parte de algún equipo al
servicio de agencias de inteligencia que estaba colando agentes europeos o
árabes de países aliados para sabotear instalaciones, no tuvo temor de que se
le indagara e incluso acompañara en su periplo.
Terminado
con los trámites y agotado por el trajín, tras preguntar a un taxista “dónde
podría darse un baño y descansar” aquel se ofreció a llevarlo a un pequeño
hotel no muy lejos del palacio presidencial y allí se alquiló un modesto cuarto
en el segundo piso de aquel adusto pero sólido edificio para descansar y salir
en la mañana hacia la provincia de Babilonia. Disimuladamente pero a la vista,
quedaron afuera dos agentes de la mutkhabarat
cerciorándose que ingresara al edificio.
Pero no
pasarían dieciséis horas tan solo de que había llegado a Bagdad, para que de
repente en medio de la noche cuando se hallaba sumido en un profundo sueño y
casi sin esperarlo, comenzó a escuchar entre dormido el incesante ulular de
sirenas acompañadas de tableteo de potentes disparos antiaéreos que retumbaban
por toda la ciudad. Apenas comenzó a
tratar de entender lo que estaba sucediendo, cuando repentinamente... una
brutal explosión a unas calles de donde se encontraba arrojó a Genaro de su
cama de aquel pequeño hotelucho del barrio de Karrada en Bagdad donde se había
alojado apenas tres horas antes. Aturdido por el golpe y el polvillo por
aquella explosión que además de dejarle ese ensordecedor zumbido en los oídos,
había cortado la energía eléctrica, lo
dejo unos segundos eternos en un limbo consciente y hasta embriagador; Genaro
se quedó tendido unos segundos inmóvil en el piso preguntándose ¿Qué, acaso estoy teniendo un sueño?
Rápidamente se dio cuenta que algo sucedía y tan pronto se quiso asomar por la
ventana de su segundo piso otra brutal explosión a pocas calles lo lanzó hacia
atrás…el infierno se había hecho real. Genaro no sabía que los misiles crucero
estadounidenses estaban lloviendo sobre Bagdad.
Tan pronto
como pudo y dejando la mitad de su ropa, y con su cámara tan solo corrió hacia
la calle con la vana intensión de escapar de ese lugar. Al ver que ello era
peor de lo que imaginaba volvió adentro para refugiarse en el sótano del hotel
junto a la familia que lo alquilaba. Los estampidos de las bombas eran
infernales y hacían que todo temblara. El dueño con una asombrosa calma lo
trataba de distraer diciéndole que pronto terminaría todo. La madrugada fue
fatal y de ello nunca se olvida. Al salir el sol los bombardeos cesaron (solo
por unas horas) y Genaro tomo su mochila
a medio llenar para salir cuanto antes de allí. Y fue así que logró que un
parroquiano que salía con su camioneta cargada de bártulos, lo llevara entreverado
entre bolsas, alfombras y cajas, hasta la frontera jordana. Por el camino y
semitapado entre las alfombras, tomo crudas postales de los daños causados por
los bombardeos retratando entre algunos de ellos, mezquitas y cuadras enteras
barridas por los estadounidenses. Cuerpos de personas y pedazos de otros
regados en los escombros que obstruían las calles, hacía imposible sostener el
lente; el paisaje era dantesco y él era testigo privilegiado de ello. Las
calles pese al caos, eran transitables y bajo su cámara para taparse y recostar
su cabeza. Sin darse cuenta, se había dormido en el trayecto y por fortuna al
no haber nadie en la valla de seguridad iraquí logro cruzar inadvertido en las
narices de la policía fronteriza jordana. Fue su anónimo salvador quien lo
despertó para que pudiera bajar y cuando lo hizo, pudo ver allá a lo lejos
detrás del horizonte en el lado iraquí, las fumarolas de humo negro que
testimoniaban la brutalidad de la guerra. Y se dijo para sí “Adiós Iraq, tal vez algún día vuelva”.