VETERANOS DE AYER
“UN FINAL SIN
FIN”
A 28 años del final de la guerra del Golfo Pérsico se puede asegurar que además de ser la más calamitosa de finales del siglo XX fue el puntapié ideológico de las actuales crisis políticas y humanitarias en el Medio Oriente
Por Charles H. Slim
Los misiles y las bombas no paraban de caer sobre
Bagdad y la población refugiada en los
sótanos de sus casas y los bunkers públicos de la capital, aguardaba atemorizada
que pasaran las ensordecedoras sirenas y los intermitentes golpeteos de los
cañones automáticos que defendían la ciudad de los atacantes. Con cada impacto
el suelo y las paredes de aquellos lugares se sacudían con una violencia que
anteriormente los bagdadíes no habían visto. Pese a que muchos de ellos habían
vivido hasta apenas unos años antes la guerra con su vecino Irán, la violencia
de los bombardeos de la coalición no era de la envergadura de lo que estaban
ahora experimentando. “El suelo temblaba como un terremoto” recuerda Badra, una
mujer del barrio “Al Sadr” que en aquel entonces solo tenía trece años de edad.
Ciertamente los pobladores no se equivocaron y
aunque no había los veloces medios de comunicación como el internet, ellos
pudieron constatar en carne propia, la barbarie de las acciones de la Coalición.
En aquellos momentos el aparato de censura militar estadounidense que operaba
en el Golfo Pérsico y la censura civil operada sobre los medios informativos a
través de la CIA y la NSA ordenada desde la administración Bush, mostro
solamente lo que a Washington convenía mostrar es decir, nada.
Ante las evidencias pese a los intentos de pisarlos
y esconderlos bajo la alfombra, las terribles consecuencias de las acciones de
la Coalición se hicieron de conocimiento
público aunque Washington, a través de su por entonces vocero mediático
estrella (CNN), se encargaría de
minimizar alegando que dichas denuncias eran “invenciones” o “parte de la
propaganda de Saddam”. Pero la realidad no podía taparse con el dedo, como así
parecía verse con las posturas de la Casa Blanca y de sus obsecuentes aliados
quienes de constante, salían a la palestra esgrimiendo la autorización del
Consejo de Seguridad y un mandato de Naciones Unidas que jamás existió. La lógica y el sentido común valen tanto para
occidentales como para los árabes por lo cual, una vida humana es una vida y
como tal, preciada, sea de etnia blanca o cobriza (árabe).
Fueron sin dudas estos relativismos los que
nutrieron a los partidarios de la guerra y la intervención agresiva ya que por
pedio de estas torcidas valoraciones, trataron de justificar o más bien
degradar ante la opinión pública la vida de un ser humano por el solo hecho de
no ser occidental.
Si toneladas de bombas y misiles con cabeza con
Uranio empobrecido arrojadas sobre una ciudad –según los representantes de la administración norteamericana- no
causaban efectos devastadores ¿Para qué eran arrojadas? Ello demostró el total
desprecio no solo por los iraquíes en particular y los árabes en general sino
también, por la condición humana toda. Tan obscena fue aquella demostración que
ONGs que poco de neutral tiene en el origen de su existencia y contribuciones,
se vieron obligadas a denunciar la violación de todas las convenciones y
tratados internacionales. Pese a las
excusas de haber llevado una guerra “quirúrgica” facilitada por la moderna
tecnología disponible en aquel conflicto, los resultados reales de todo ello
evidenciaron una completa desidia por la vida de los civiles iraquíes.
El efecto de solo un misil crucero “TomaHawk” que
caía en un vecindario de Bagdad, representaba la violentísima demolición de una
parte importante de sus edificaciones y la contaminación radiactiva del suelo y
las fuentes de agua cercanas. Entonces, si con un solo misil se causaba semejante
devastación calcule ¿Cuánto daño se provocó con 6000 bombas al día?
Según
documentos de la época, la Coalición aliada lanzaba tanto desde las bases
sauditas como desde los portaaviones en el golfo unas 2500 misiones diarias de
bombardeo lo que deja en claro el grado de saturación y devastación causado con
la campaña meramente aérea. En resumen,
una catástrofe humanitaria sectorizada que con el paso de las semanas se iría
incrementando con mayores bombardeos que además tenían como blanco además de
emplazamientos civiles, las infraestructuras de servicios públicos como ser el
agua potable, la energía eléctrica y las comunicaciones telefónicas.
La ruta de muerte. Masacre injustificada |
Con claridad se puede advertir que en aquella
campaña militar, no hubo nada de moral y peor aún, no hubo un mínimo respeto a
los principios y estándares legales del derecho internacional humanitario. Si
como bien prescribe el protocolo de la Cruz Roja sobre el respeto a los civiles
quedo claro que en Washington (y menos aún en el Pentágono) nadie lo leyó. El
bombardeo al refugio en el barrio de “Al Amiriya” donde se hallaban cientos de
civiles en su mayoría mujeres y niños, además de no haber sido un error (Colateral Damage), fue el prolegómeno de
una terrorífica realidad que los iraquíes vivirían unos años después.
El caso de la masacre de “Al Amiriya”, solo fue uno
de los miles de casos anónimos que resultaron de aquella intervención bajo la
máscara de Naciones Unidas y la muestra del cinismo de los funcionarios
norteamericanos de aquel entonces que como el entonces portavoz de la Casa
Blanca Martin Fitzwater, para tratar de excusarse sobre aquel terrorífico hecho
dijo “Saddam Hussein no comparte nuestra
santidad por la vida humana”. Hospitales, estaciones de bomberos, puentes y
las instalaciones de servicios públicos fueron los blancos a continuación de
los objetivos militares. Los mismos aviones estadounidenses registraron con
aberrante impunidad y con sonrisas burlonas, como misiles guiados por láser
impactaban sobre uno de los puentes de Bagdad en momentos que desprevenidos
peatones lo cruzaban. La bestialidad de
los hechos y de la comprobada irresponsabilidad de la actuación de los
militares de la Coalición internacional se extendía tanto a los gobiernos
participes como al entonces secretario de la ONU Javier Pérez de Cuéllar quien nunca hizo frente a los reclamos para que
se realizaran investigaciones por las consecuencias de lo causado.
En el mismo sentido, la elite política
estadounidense que valiéndose de un bipartidismo claramente engañoso y nada
polarizado, apoyo de izquierda a derecha la intervención bélica a base de
engaños planificados varias décadas antes.
En lo estrictamente militar, el infame bombardeo a
espaldas de tropas iraquíes cuando se retiraban en la noche del 27 de febrero
de 1991 por la ruta Kuwait-Basora dejo muy en claro el sesgo claramente
antisemita y racista de los autores de esta masacre que ha quedado documentada
en testimoniales fotos que aún dan la vuelta al globo.
Para ese entonces, las cifras de bajas causadas por
los bombardeos de la Coalición internacional entre la población civil causaba
pavor entre los asesores de imagen de la administración Bush y fue por ello que
Washington imprimió una fuerte presión para evitar que dicha información
cruzara el océano y se difundiera con la crudeza que los números acusaban. La estrategia de ocultamiento fue
complementada con la artimaña de poner el foco de los eventos en cabeza del
gobierno iraquí y en particular en la figura de su líder Saddam Hussein quien
no hay que olvidar, había sido aliado de las políticas exteriores de Washington
hasta unos meses antes de todo esto.
En todo momento se mantuvo al ciudadano de a pie, a
las víctimas anónimas de todo esto, marginados de dar su testimonio con la
intensión de que sus historias nunca fueran contadas y si iban a serlo, lo
fueran por periodistas al servicio de los medios del mismo país que los agredió
con historias acomodadas y matizadas a las intenciones políticas de los mismos
que habían causado todo este desastre.
Según un informe de “Greenpeace” más de 210.000
civiles iraquíes murieron por efecto de los bombardeos indiscriminados causando
además, el deterioro ambiental por el venenoso efecto de la radiación de las
ojivas utilizadas por las bombas de la Coalición. Fue por el uso de estos elementos
químicos y radiactivos que desde ese entonces y hasta la actualidad en varias
zonas de Iraq y particular en la ciudad de Faluya, se han registrado miles de
casos de malformaciones en niños recién nacidos, cánceres de todo tipo y la
infertilidad de hombres y mujeres producto tanto de los bombardeos de la
primera guerra del golfo como de las acciones que seguirían durante los trece
años de embargo y por supuesto, tras la invasión de 2003.