“UN PAÍS FRAGMENTADO”
La crisis
económico financiera de Argentina supone una profunda crisis político y social
¿Acaso también supone una crisis existencial?
Por Javier B. Dal
La actual situación político-económica y social de la
Argentina pone en evidencia una atmosfera de inestabilidad que podría
desembocar en varias situaciones alternativas, y lo peor de todo es que cada
una de ellas es tan mala como la otra. Mientras los medios locales y globales
muestran la cuestión meramente macro financiera del país, la situación
político-social interna tiene aristas mucho más complejas e inextricables a las
cuales el actual gobierno o el próximo puedan resolver.
Ante esto, habría que preguntarse ¿Cuáles pueden ser
estas situaciones alternativas que podría encarar la Argentina de los próximos
años? Si lo vemos desde el ángulo económico-financiero, la suerte de ésta
nación ya hace tiempo que está echada. El involucramiento del FMI ha sido
gravitante en ello y la deuda contraída lo mantendrá más que condicionado para
tomar decisiones soberanas. La ausencia de una infraestructura de desarrollo
industrial adaptada a los nuevos paradigmas tecnológicos (vinculados
principalmente con la Inteligencia Artificial) es uno de los factores del
retraso económico que sufre el país, que no fue encarado ni siquiera tenido en
cuenta por el gobierno de Cristina Fernández. Pero esto no viene solamente de
la era “Kirchner” sino que tiene un extendido origen, que se remonta allá lejos
en el tiempo tras la derrota militar ante Gran Bretaña por la guerra de las
Malvinas en 1982. Lo que hicieron todos
los gobiernos posteriores a este evento solo han sido parches que no durarían
en el tiempo.
El desarrollo tecnológico-industrial argentino fue
truncado a la sombra de las presiones de Londres y Washington, que tras
gobiernos permisivos como el de Menem, le impidió avanzar en estos campos (especialmente
del desarrollo nuclear) bajo los argumentos de las potenciales amenazas a la
seguridad y estabilidad regional. Visto desde afuera esto no es ni más ni menos
que las condiciones impuestas por una potencia vencedora sobre una nación
derrotada.
Pero ¿Qué han hecho para revertir esta situación cada
uno de los gobiernos democráticos sobrevinientes? Simplemente, nada. Las
conversaciones, los diálogos, las reclamaciones diplomáticas o incluso las
obsecuencias más deleznables (como la vista con el peronista Carlos Menem) no
arrojaron ni arrojaran ningún resultado si no van acompañadas de un poder real,
necesario para negociar con un adversario que amenaza la integridad misma y la
sobrevivencia del estado.
Con un estado meramente burocrático y atrasado,
convertido por décadas en un ente meramente clientelista mantenido por un
cúmulo de impuestos inaudito, que a la sombra de gobiernos mediocres ha sido
desprovisto de sus objetivos estratégicos (en lo económico, comercial,
energético y militar), es imposible obtener desarrollo alguno. Consecuencia de
esto, solo hay un estado bienestar débil y moribundo que no está en condiciones
de negociar nada ni con nadie.
Esta disyuntiva que hace a la existencia misma del
estado argentino, que involucra a la existencia soberana del país ha venido
siendo por los gobernantes de turno y los medios de comunicación, distraída del tratamiento público y político,
llevando a cada gobierno y cada uno de los partidos que se han encaramando en
el poder, a realizar políticas meramente demagógicas, contingentes, superficiales
y populistas que solo se avocaron a temas internos y sectoriales que solo
ayudaron a multiplicar –entre muchos
otros- el negocio de los punteros pagados por dineros de fondos públicos
(entre otros orígenes).
De esta manera, la industria pesada que alguna vez
fue la más competitiva y avanzada del sur del continente (de fabricación de tanques,
industria aeroespacial, automotores, etc), fue desmantelada reduciendo el área,
a no ir más allá de la producción de lavarropas en serie.
En este sentido queda clara la ausencia del estado
que ha sido reemplazado por actores secundarios y externos a su estructura que
responden más a intereses sectoriales (de un gobierno determinado) que a
políticas de estado.
Actualmente las organizaciones sociales las cuales
responden a varias orientaciones ideológicas y partidarias, subsisten del
dinero del estado y por el transcurso del tiempo se han convertido en sectores
de presión política alquilable por las oposiciones de turno. Un ejemplo de esto
se vio apenas 48 horas atrás, cuando el líder del “Frente Patria Grande” Juan
Grabois, aliado del Kirchnerismo y cercano al Papa Francisco causó un terremoto
político cuando públicamente aseguro que “hay que avanzar con una reforma
agraria” demostrando un retroceso discursivo e ideológico que nos lleva al año 1917
en las postrimerías de la revolución Bolchevique en Rusia. Más allá que Grabois
fue amonestado por el frente político de Alberto Fernández, éste comentario
habría revelado parte de los planes de un futuro gobierno de “Fernández y
Fernández”.
Durante todos estos últimos 37 años hasta el
presente, los dineros del presupuesto gubernamental lejos de invertirse en
programas de desarrollo estratégico a mediano y largo plazo, han sido desviados
para engordar los bolsillos de los funcionarios políticos corruptos (sin
distinción de partidos), para financiar la industria de los pobres regenteadas
por organizaciones sociales de dudosa preocupación altruista y acusadas
conexiones partidistas, pagar sueldos de puestos burocráticos creados solamente
para emplear parientes, amigos y amantes de toda clase que al final de cuentas
terminan siendo pagadas por los contribuyentes.
Producto de ello, pueden verse la total entrega de
las riquezas en los mares territoriales que son continuamente espoliados por la
falta de acción estatal tendiente a guarnecerlas. Y es que sin Armada no es
posible intimidar a las flotas que depredan impunemente las más variadas
especies del Atlántico.
A la par de este interminable sangrado de activos
públicos para subvencionar estos y muchos otros ítems nada estratégicos para el
interés nacional del estado (por cierto, grande e ineficaz), hay que agregar
las divisiones ideológicas extremas que azotan de derecha a izquierda a la
partidocracia argentina. Tan anacrónicas como inútiles, posturas de rancio
liberalismo económico y del igualmente vetusto marxismo económico se
entremezclan con exponentes socialdemócratas, socialistas y admiradores de un
fracasado eurocomunismo (todos estos agrupados bajo la denominación de
“Progresistas”) que junto a los aduladores del neoconservadurismo anglosajón (entre los que se cuentan los sionistas) que
han descollado en la actual administración de Macri y que nada tienen que ver
con la idiosincrasia nativa, dejan vislumbrar la falta de visión unificada y
nacional para recrear un estado moderno, con sus propia geopolítica que le
posibilite trazar sus propias relaciones para enfrentar las actuales y
complejas circunstancias del mundo.
De seguir así el estado de las cosas, habrá que
preguntarse o más bien los argentinos debieran preguntarse ¿Sobrevivirá la
Argentina como nación sin el peligro de una posible fragmentación político
territorial?