VETERANOS DE AYER
“LAS CAUSAS OCULTAS DE LA GUERRA DEL GOLFO”
Cómo la improvisación y la falta de
conocimiento del gobierno menemista puso en riesgo a tropas argentinas en una
guerra preconcebida
Por Dany Smith y Charles H. Slim
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John Kelly y April Glaspie junto a Saddam Hussein |
Hace veinticinco años atrás a las 0300hs del 17 de enero de 1991, se
iniciaba la guerra que sería el comienzo de la perpetua crisis en la que Iraq y
la región, comenzaron a soportar sin pausa el violento ingreso de EEUU a suelo
árabe. Fue el primer paso, para que Washington pudiera justificar la remisión
de masivos contingentes militares al Medio Oriente y fijar bases sus militares
en lugares impensables apenas un lustro antes. Fue el marco en el cual, la
República Argentina se involucró, como un miembro de la “Coalición Aliada”, en
las operaciones militares que desataron el choque armado. Consecuencia de esta guerra, que para muchos
fue el inicio de la guerra que hoy sigue consumiendo la región, fue que Washington
logro implantar estratégicas bases aéreas en Arabia Saudita y Kuwait, que visto
en retrospectiva, resulto algo claramente planificado.
Para
entender la magnitud de lo que movilizó a Iraq para que lanzara aquella invasión sobre
el emirato de Kuwait, debemos analizar los trasfondos y los antecedentes de la
política existente en la región y más particularmente, entre la república árabe
de Iraq y el pequeño emirato de Kuwait. Con ello vamos a poder entender cuánto se ignoraba sobre las causas reales del
conflicto –especialmente por parte del
entonces gobierno argentino- y qué papel tuvo Washington en que ello
sucediera.
Si
nos trasladamos a 1988 en las postrimerías de la guerra entre Iraq-Irán, se
podían ver cuales habían sido las consecuencias de ese conflicto y quiénes se
habían beneficiado con aquel. Irán casi
al límite de sus fuerzas y bajo los auspicios de la ONU se vio forzado a firmar
un cese al fuego incondicional e Iraq se comprometía a respetar el mismo.
Igualmente Bagdad no se la llevó de arriba y la situación de las bajas humanas
era proporcionalmente similar a la de su vecino. Pero ¿quiénes habían sido los
ganadores de este gran matadero? La respuesta estaba del otro lado del golfo,
en donde los suntuosos palacios reales de los emires y sultanes pudieron
seguir brillando por el sangriento éxito
que el laico y aguerrido Iraq había conseguido contra supuestas y tenebrosas ambiciones
revolucionarias iraníes.
Y
siguiendo con la ronda de cuestionamientos había que preguntarse ¿de dónde
había salido aquella supuesta intensión de Irán por exportar su revolución, que
les quitaba el sueño a los ricos y ampulosos emires de la península?
Girando
imaginariamente la cabeza, había que mirar hacia el oeste y más precisamente a Washington, desde donde –y
en base a sus indiscutibles informes de inteligencia- se presentaron los
argumentos, las supuestas pruebas sobre la “amenaza chiita” y desde donde se proveyó todo el apoyo posible
–en ambas partes- para que la guerra fuera larga, costosa y
suficientemente destructiva como para que fuera Iraq quien al final contuviera
a Irán.
Por
supuesto que junto a EEUU, Tel Aviv jugo sus cartas para que ambas partes se
desgarraran las carnes como dos perros en una pelea encarnizada, cooperando
clandestinamente para que no faltasen armas y en cantidades astronómicas para
quién estuviera dispuesto a pagarlas. También es necesario señalar, que estos
dos actores, en especial EEUU no actuaron solos o como quizá crea el común de la gente,
usando a sus espías de la CIA que se movían en las sombras o tonterías
similares. Como en todas sus operaciones
sucias –Black Ops-, Washington obviamente se valió de la CIA pero, ésta
a su vez usaba –y sigue usando- a los elementos y grupos lumpen dentro
de un estado enemigo para sabotearlo desde dentro. Mediante estas tácticas, los norteamericanos
pudieron manipular al mismo tiempo a todas las partes. Esto mismo hicieron con
Iraq y Kuwait, cuando al finalizar aquella guerra, fueron sembrando en medio de las relaciones de
ambas entidades, dudas, sospechas y hasta supuestos apoyos incondicionales para
cada una de las posturas.
Se puede resumir la labor efectuada por Washington como,
una simple instigación.
Y
ciertamente, la posición del pequeño emirato de Kuwait era más que critica y no
estaba en posición de jugar al gato y al ratón con la república árabe vecina
que no temía blandir su sable ante la mínima provocación. Ahora bien ¿Por qué
el pequeño emirato se atrevería a desafiar a Iraq? Pues, tras el final de la
guerra y con la misión cumplida de haber dejado a Irán en la necesidad de
recuperarse, Washington cambio sus cartas del juego geopolítico y casi sin
pausa, empezó a distanciarse de las necesidades militares de Bagdad e incluso,
a cortar los estrechos vínculos que mantenía la CIA con el –mujabarat- IIS
iraquí. Eran momentos en que la URSS se derrumbaba y la hipótesis de conflicto
pasaba de lo global a lo regional.
Saddam
Hussein pese a la mala prensa occidental y todas historias que se fabricaron
contra su persona, no era tonto y mucho menos un improvisado. A pesar de que
Washington le había tendido la mano y lo festejó en la Casa Blanca como el gran
estadista árabe de la región, sabía que en la otra los norteamericanos escondían
un puñal.
Saddam
sabía muy bien que Washington era un aliado incondicional de Israel y que esa
relación estaba por encima de cualquier estado árabe, incluidos los corruptos y
complacientes reinos del golfo con quienes mantenía fabulosos negocios.
El
petróleo era solo una de las cuestiones por las que EEUU se interesó en crear
la crisis que se produjo por la invasión del 2 de agosto de 1990. Detrás de
ello, habían planificaciones que tenían años de antigüedad y que simplemente
formaban parte de una secuencia en la que, una vez que usaran a Iraq para
destrozar a Irán, empezaría una nueva etapa. Para desarrollarla, EEUU se había
preparado muy bien y llevó adelante todos los cálculos militares y de
inteligencia que le dieran una ventaja sobre al que ya meses antes de dicha
invasión, consideraba un enemigo a destruir. Incluso, para asustar a los sauditas,
Washington proporcionó fotografías satelitales que en realidad no
mostraban la amenaza que los
norteamericanos aseguraban.
Todo
tipo de medidas y embustes fueron puestos en movimiento para concretar los
preparativos de una planificada intervención.
Como
parte de estas medidas y en momentos en que supuestamente reinaba la
cordialidad entre Washington y Bagdad, el ejército de los EEUU por el mes de
junio de 1990, llevaba adelante juegos de guerra con el ejército iraquí que
protocolarmente se enmarcaba en “ejercicios de guerra” con los cuales, los
norteamericanos recabarían las experiencias de sus colegas iraquíes en el campo
de batalla contra Irán. A cargo de las
fuerzas estadounidenses que participaron en las maniobras, estuvo nada más ni
nada menos que el general Norman Schwarzkopf, quien apenas unos meses
después, sería quien dirigiría los
ataques contra quienes en ese momento estrechaba sus manos. Esto nos informaba
dos cuestiones: Primero, los norteamericanos tenían en la región fuerzas
militares disponibles para movilizar en forma rápida. Segundo, utilizaron este
ejercicio para reunir información sobre las condiciones de las fuerzas
iraquíes, de sus propias fuerzas y del comportamiento en el terreno. Este
episodio, nunca fue revelado al conocimiento público salvo por publicaciones de
investigadores y revisionistas norteamericanos que como el caso de Brian
Becker, saco a relucir éste tipo de informaciones que se hallaban sepultados
bajo los laberinticos archivos del Pentágono.
Incluso
estos ejercicios constan en documentos de la inteligencia militar iraquí de la
época y que pese al saqueo en 2003 de sus cuarteles generales del Ministerio de
Inteligencia en Bagdad, varios miles pululan por la red en páginas de
inteligencia montadas en la llamada “Deep Web”.
Por
supuesto y al mismo tiempo, la CIA trataba de hacerse de la mayor información
sobre los proyectos armamentísticos más ambiciosos de Bagdad y de ser posible
cancelarlos (Caso del Complejo SAAD 16), algo que en la mayoría de los casos no
sería muy difícil dado que en ellos participaban empresas y corporaciones europeas
que además de cooperar con la agencia, proporcionarían todos los detalles de
sus proyectos.
Entre
tanto, desde el mes de enero de 1990, informes norteamericanos sobre
actividades kuwaitíes inusuales en los campos petroleros de Al Rumaila,
comenzaban a llamar la atención a Saddam Hussein quien tras corroborar con
informes de su propio mujabarat que investigaron a lo largo de las
tuberías que bordeaban la arenosa frontera con Kuwait, detectaron que los ricos
vecinos se estaban robando el crudo iraquí de los campos del sur mediante
ingeniosas perforaciones inclinadas que incluían incluso, empalmes adheridos a
las tuberías iraquíes que discretamente camuflados y bajo la arena, iban hacía
Kuwait.
Para
Saddam Hussein y en cierto sentido para los propios iraquíes, lo que estaba haciendo
el rico emirato era una grave afrenta que demostraba el desagradecimiento y la
mala fe del reino, luego de que durante una década habían sacrificado a la
juventud iraquí, para que los emires, sus familias y sus ricos ciudadanos kuwaitíes
pudieran apoyar sus cabezas en sus mullidas almohadas y dormir plácidamente por las noches mientras los misiles y los
ataques aéreos nocturnos los debían soportar ellos. Además, estaba claro que Riad estaba al tanto
de estas maniobras y fue por ello que Hussein en el mes de mayo de 1990 en la
Cumbre de la Liga Árabe y frente a los representantes sauditas y kuwaities, se
despacho acusando a Kuwait de librar una guerra económica contra Iraq y que si no se detenía en sus propósitos, “Iraq
respondería con contundencia”.
A
todo ello había que agregar, que Kuwait y Arabia Saudita se estaban haciendo
los desentendidos por las pérdidas cuantiosas asumidas por Iraq y que en ese
sentido, reclamaba las compensaciones de guerra correspondientes. De esta
manera, con estas deudas pendientes, los informes de la CIA que le soplaban en
el oído a Saddam de que los kuwaitíes le habían venido robando crudo y la
confirmación de su inteligencia de que eso era cierto, comenzó a irritar la
paciencia del gobierno iraquí. Pero había fuertes sospechas de que las
perforaciones ilegales de los kuwaitíes, estaban autorizadas por la Casa real
Al Sabah quienes a su vez fueron instigados por los mismos estadounidenses que,
mediante informes de inteligencia claramente artificiosos, le advertían de que Saddam Hussein tenía
malas intensiones contra u reino, pero que no debían preocuparse porque ellos –los
norteamericanos- lo controlaban.
Quedaba
claro que Washington estaba usando su famoso doble rasero por el cual,
instigaría a que Iraq creyera que estaba amparado por el “Tío Sam”, sacrificando en esta mentira a
su propia embajadora April Glaspie a quien, tras la reunión del 25 de Julio de
1990 con Saddam Hussein y que por efecto de la misma desemboco en los hechos
del 2 de agosto. Tras esto la
administración Bush, acorralada por cuestionamientos, sin vueltas le echo las culpas a la
funcionaria por una supuesta mala
interpretación de su misión.
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April Glaspie interrogada en el Congreso |
Washington
utilizo a su embajadora como “cabeza de turco” y le encomendó que le asegurara al mismo Saddam
Hussein, que ellos no se entrometerían si decidían realizar alguna acción
contra Kuwait.
Puntualmente, Glaspie llevaba instrucciones claras de que “Iraq
podía capturar el norte de Kuwait” sin que ello causara consecuencia alguna.
Incluso
otros funcionarios estadounidenses, dieron señales falsas que le daban luz
verde a Bagdad para avanzar sobre Kuwait. Fue el caso de la vocero del
Departamento de Estado Margaret Tutweiler y del subsecretario para Asuntos del
Cercano Oriente John Kelly quienes a
finales del mes de Julio de 1990, aseguraron que “EEUU no tenía ningún
compromiso en defender Kuwait…y que no tenía la intensión de defender Kuwait si
era atacado por Iraq”. Aunque esto fue de conocimiento en los círculos
periodísticos anglosajones y que causó el abrupto fin de la carrera de Glaspie,
no se dejó que estos detalles se propagaran más allá de EEUU y Gran Bretaña.
Por
lo pronto, tanto George W. Bush como su vice, sabiendo lo que ocurría esperaban
que los acontecimientos se desataran de un momento a otro.
Al
mismo tiempo y en los organismos gubernamentales argentinos –que se estaban
reorganizando con el nuevo gobierno-, estos entretelones geopolíticos no solo eran desconocidos sino que, incluso
ni se tenía idea de dónde estaba Iraq en el mapa. Esta ignorancia imperdonable –proveniente
en parte, a un egocentrismo pro-europeo-, estaba en los altos puestos de la
cancillería que identificaba al mundo árabe, con los estereotipos que le
llegaban de EEUU y Europa. Iniciativas propias por detenerse a estudiar la
situación de la región y sus conflictos por aquella época eran inexistentes y
sólo en base a los que los norteamericanos le informaban, el gobierno argentino
lo tomaba como certero. Es más en
momentos en que la comitiva argentina visitaba Washington, pese a ser
sorprendidos por la noticia de la “invasión a Kuwait”, no hubo relatores que
recopilaran las informaciones controvertidas que corrían por los medios sobre
la veracidad de aquel hecho.
Pero
continuando con los entretelones de la crisis, había que recordar que Kuwait y
Bagdad se mantenían firmes en sus posiciones, pese a que a las claras y por una
notable superioridad militar, los
kuwaitíes tenían todas las de perder. Muchos comenzaron a sospechar, que
Washington extraoficialmente, respaldaba la posición de los Al Sabah y al mismo
tiempo en Bagdad mediante contactos similares, los norteamericanos le daba
garantías a Saddam de que no moverían un dedo si decidía apurar a sus ingratos
vecinos. Washington simplemente les
decía a ambos lo que querían escuchar.
Tan
involucrado estaba Washington en lo que estaba por suceder, que informes de la
CIA sobre lo que sucedía en las conversaciones entre representantes iraquíes y kuwaitíes
realizadas el 9 de julio de 1990 en Jeddah, crearon la preocupación de que
pudieran llegar a un acuerdo frustrando los planes que estaban rodando.
Al
mismo tiempo llegaban a manos del Rey Hussein de Jordania, informes de la CIA
de que “Saddam se estaba moviendo hacia la frontera saudita”. Similares FAX
fueron enviados a los sauditas que tras realizar reconocimientos aéreos en la
frontera, no reportaron nada.
Cuando
se concreto la incursión iraquí, La Casa Blanca se rasgo las vestiduras
haciendo como si no supiera nada de todo lo antecedentemente expuesto, pero
allí no terminarían los engaños. Cuando la comisión argentina visitaba EEUU, al
mismo tiempo en el golfo tropas aerotransportadas de la Brigada 82º estadounidenses
se estaban embarcando para llegar rápidamente a Arabia Saudita. Para el 8 de agosto, las tropas
estadounidenses se hallaban despegadas en la península arábiga y unas cincuenta
aeronaves de combate aguardaban a bordo de un portaaviones frente a las costas
de Arabia Saudita. Hoy día, los expertos militares consideran que esta
movilización fue demasiado rápida para que hubiera sido ordenada
sorpresivamente.
Como
conclusión de todo esto, sin dudas que la instigación norteamericana fue central para la crisis del
2 de agosto. Como vimos, los precedentes políticos, las mentiras y la
manipulación a doble banda, fueron elementos preponderantes que se llevaron las
carreras de funcionarios estadounidenses, pero lo peor de todo, de miles de
vidas por efecto de una guerra que estaba claramente preconcebida desde Washington.