“FALSA SINONIMIA”
Las violaciones a los derechos humanos de la
población palestina siguen siendo un tema imposible de tapar para Israel y ha usado
toda clase de argumentos incluyendo los semánticos para escapar a las críticas
internacionales
Por Charles
H. Slim
Cuando observas la realidad que te rodea, percibes
imágenes, sonidos y sensaciones de hechos que ocurren ante nuestros propios
ojos. El avance de la tecnología ha acortado las distancias y hoy no hay
posibilidad de no saber lo que esta ocurriendo en el otro extremo del planeta
en tiempo real.
Sacando las opiniones o
las pretendidas interpretaciones que los medios hacen de ciertas situaciones,
cualquiera puede darse cuenta que lo que percibimos es bueno o malo atendiendo
claro, a los valores, preferencias o la ideología que cada uno tenga.
Desde la fundación de
Naciones Unidas en 1945 los derechos humanos -en teoría- pasaron a tener
un alcance universal, es decir, asequibles y reconocidos a todos los habitantes
de este planeta sin distinciones de ninguna clase. En resumidas cuentas, la
agresión y el colonialismo eran situaciones que debían cesar. Pero, este organismo
no escapa a la naturaleza política de su existencia y tan pronto comenzó a
funcionar, paso a demostrar su tendencialidad y parcialidad sobre la observancia
del respeto de este principio universal.
La instauración del
estado de Israel en 1948 se dio en este marco, pero al contrario de ese
principio ello represento el avasallamiento de los derechos de quienes ya
estaban en Palestina, los árabes palestinos. Desde entonces el derecho del más
fuerte (y el más influyente) se impuso y con ello, dicha entidad lejos estuvo
en respetar las normativas de la Carta Orgánica y a la par de esto, mucho más de
ser sancionada por sus violaciones.
Su estructuración
material se dio desde comienzos del siglo XX y de forma paciente y paulatina
los sionistas -con la ayuda de Gran Bretaña- fueron reclutando y
organizando células que operarían en Palestina echando mano a todas las
tácticas posibles -incluyendo el terrorismo- contra las autoridades británicas
y los pobladores árabes.
Esta arbitraria realidad
se ha perpetuado hasta el presente y ello ha llevado a que la acumulación de
crímenes y violaciones a las leyes internacionales cometidos durante setenta
años de existencia de Israel y sus agentes sea imposible de negar. En los
primeros tramos de existencia, el ocultamiento de los hechos y su deformación
fue fácil de concretar por la cooperación de los medios angloestadounidenses
con los que la militancia sionista contaba.
Siempre es importante resaltar que judaísmo no es sionismo. Y es que ésta última es una ideología política creada en el siglo XIX por un periodista judío austro húngaro que soñaba con una “Patria judía” es decir, la materialización territorial del nacionalismo judío. Las intenciones de equiparar ambos términos apuntan a condicionar y censurar las críticas provenientes de la opinión pública bajo la tan mendaz y continua acusación de antisemitismo. Es por ello que oponerse a él no significa la pretendida judeofobia que muy ingeniosamente tratan de argumentar sus partidarios para censurar a quienes denuncian las arbitrariedades de Israel.
Como todo nacionalismo,
el sionismo ha tratado de recrear una épica que de legitimidad al origen de su
ideología y cuando ella es discutida o atacada, no tiene límites en
contraatacar incluso a los propios judíos que no adhieren. Esto último es lo
que sucede con judíos que se oponen a las políticas represivas o directamente a
la existencia del mismo estado (judíos Naturei Karta).
Teniendo en cuenta
estos parámetros surge falsa la denominación de democracia con el cual se lo describe.
Es un estado teocrático y segregacionista -solo para judíos- con disfraz
occidental sostenido artificialmente por el poder financiero y militar. La paz
no es un negocio para los sionistas y solo con la confrontación pueden mantener
el Status Quo de violencia que les posibilita mantener su maquinaria expansiva
y colonialista. Por eso la resistencia armada palestina es en cierto sentido,
un socio en esta maquiavélica ingeniería que al mismo tiempo, moviliza miles de
millones de dólares en financiamiento para armas para defender a Israel.
Las arbitrariedades y
los crímenes que se han cometido y se siguen cometiendo por el estado israelí son
tan aberrantes como los de cualquier otro régimen impositor agravado por la
complicidad de los organismos internacionales que elípticamente responden a los
gobiernos anglosajones ¿Qué clase de legalidad es esta? No por casualidad
Israel le debe su existencia a Gran Bretaña y tras el final de la segunda
guerra es aliado de EEUU y fuera de la vista del conocimiento público coopera
estratégicamente con la inteligencia global de la OTAN. La fórmula es clara:
Una mano lava la otra y punto.
No hay forma de lavarle la cara a semejante realidad, aún con la ya conocida y muy bien rentada cooperación de la corporación de medios angloestadounidenses. El dinero y sus influencias ya no bastan para alquilar mercenarios de la pluma. Los trucos sucios de ayer ya no son tan efectivos y el habitual sigilo israelí para asesinar a quienes les molesta ya se ha perdido. La montaña de crímenes de lesa humanidad cometidos por este estado contra la población árabe palestina (indistintamente de musulmanes o cristianos) llega hasta cielo y las argucias discursivas algunas de ellas plasmadas legislativamente para censurar sus criticas no legitiman para nada esas bestialidades entonces surge una pregunta ¿Sucumbirá la Corte Penal Internacional a las persistentes presiones políticas del Departamento de Estado norteamericano y de Israel para que no se atiendan esos casos o, será hora de una nueva administración de justicia que garantice el cumplimiento del Estatuto de Roma?
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