viernes, 27 de octubre de 2017


OPINION



“FINAL DE EPOCA”

La derrota desastrosa del Peronismo dirigido por Cristina Fernández ha marcado un punto de no retorno en su posición como en las expectativas de aquel proyecto para la Argentina ¿Habrá un nuevo comienzo o solo es el comienzo del fin?




Por Javier B. Dal
El 22 de octubre último, la población argentina tomo una determinación crucial para su futuro tras las elecciones parlamentarias. Fue sin dudas un momento culmine en la dirección que iba a tomar el país, en todos los aspectos, sea en lo interno como en lo externo pero especialmente, en el camino que puede llegar a desandar de ahora en más en el ámbito de la geopolítica.

Argentina venía desde 1983 en una continua cuesta abajo y que, más allá de glorificar al entonces presidente Raúl Alfonsín por ser el presunto artífice de las bondades de la incipiente “democracia” como un sistema de gobierno, en realidad la misma –además de haber sido impulsada por Washington tras el cambio de sus intereses- solo ha servido como argumento recurrente para encubrir la ineptitud, los abusos de derecho, el latrocinio y por supuesto, la corrupción político-estructural de la clase política.

En esos momentos el negocio de la “guerra fría” entre Oriente y Occidente estaba tocando fondo y las necesidades de la Casa Blanca ya no pasaban por eliminar a la subversión comunista de Latinoamérica; ya no hacían falta los regímenes militares para mantener a raya esa amenaza. Los objetivos geoestratégicos de EEUU estaban cambiando rápidamente y debía tomar medidas. Como de costumbre y de un plumazo le bajo el pulgar a los gobiernos militares y permitió que las elecciones de gobiernos civiles volvieran al poder obviamente, siguiendo las directivas del Departamento de Estado. En la Argentina, quienes ocuparían ese sitial serían los mismos que entre cuatro paredes aplaudieron a la Junta militar durante los años de plomo y que luego, tras la venida abajo de aquel estado de cosas, se presentaron como los salvadores y los adalides de la “Democracia”.

Pero lo que nos referimos aquí es a la caída de Argentina en lo que hace a su posicionamiento internacional e incluso regional. Como parte de una comunidad de estados, Argentina perdió progresivamente su peso político y con ello, afecto sus relaciones económico-comerciales a niveles impensados. 
Con una clase política abúlica y autista, el país perdió el norte creyendo que todo podía arreglarse dentro de sus propias fronteras abandonando los grandes temas de estado, improvisando en áreas que no aceptan ligerezas (como inteligencia, área de Defensa y política exterior) o a la sumo, realizando algunas alianzas con sus vecinos más allegados pero nada más.

Esto además de ser una demostración de obtusidad política y falta de previsión ante el mundo globalizado y hostil que se aproximaba, evidenció la pasmosa mediocridad del por entonces proyecto social-demócrata de Alfonsín y Cía que solo se centro en purgas internas de tinte político revanchista para el impacto partidista y el desguace sistemático de las Fuerzas Armadas, brazo imprescindible para darle sustancia a la política exterior. Con ello se debilito la estructura orgánica del estado como un actor saludable y confiable en el contexto internacional convirtiéndolo en lo que metafóricamente podríamos ilustrar como  un mero hablador con brazos escuálidos, tratando de esconder bajo la alfombra de discursos baladíes, los enemigos externos que gravitaban y siguen gravitando sobre los intereses nacionales.

Es que como dijo alguien, “es más fácil destruir que reformar o construir algo nuevo”; y solo a eso se dedicaron durante los últimos 34 años los politiquillos advenedizos que se arremolinaron alrededor del estado para convertirlo en la caja registradora de la cual cobrarse para simplemente no hacer nada trascendental por el común dejando de lado los temas macro-políticos de  la agenda geoestratégica que actualmente son de relevancia ineludible para los intereses de todos los habitantes de la nación.

En apariencias eso fue entendido por Menem en la década de los noventa pero, al poco tiempo revelo que la forma de insertar al país dentro del concierto internacional no era ni la mejor ni la más inteligente. Su alineamiento automático pareció ser la fórmula mágica. Si era la más rápida y hasta se podría decir incluso espectacular, pero con consecuencias que nunca pudo prever y menos aún conjurar. Sin una estructura renovada de sus áreas de inteligencia ( SIDE) que venían desmoronándose tras el gobierno de Alfonsín y con unas Fuerzas Armadas desarticuladas, su gobierno quiso jugar en las grandes ligas de la geopolítica internacional sin haber previsto que se estaba prestando a que ese juego siniestro llegara a su país y causara las consecuencias que todos conocen.

Fue demasiado tarde para cuando Carlos Menem y sus ministros reaccionaron y se dieron cuenta que el país en la situación que se hallaba, estaba desprotegido y vulnerable. Esa negligencia además del daño que causó fue la clara demostración –además del amateurismo- del desguarnecimiento en que el estado nacional se hallaba para mínimamente atender o a lo sumo, detectar  la existencia de planes en curso para realizar atentados como los perpetrados entre 1992 y 1994, ni que hablar de perpetrar la muerte de su hijo y la voladura de “Río Tercero”.

Menem dejo pasar la oportunidad de dar el puntapié para reformar la infraestructura global del estado nacional. Y bien decimos, “dar el puntapié” ya que sus dos gobiernos no habrían alcanzado para que hubiera podido disfrutar de los frutos de un proyecto de largo plazo como ese. Quizá fue por ello, que como le sucede a todos los políticos argentinos, poco le intereso comenzar una obra de la cual no podían disfrutar y menos aún usufructuar; Menem hizo como dijo Luis XV, “Después de mi, el diluvio”. Para ellos el poder es la oportunidad para sacar ventajas partidistas y obtener ganancias personales, nada más.

Para 1999 Menem y su gente eran historia y la Argentina caminaba sobre la cornisa  a punto de caer al abismo. Tras la llegada al poder del gobierno de la Alianza-FREPASO liderada por el presidente Fernando de la Rúa el país esperaba mejoras en la economía y un cambio en los manejos de la política doméstica que tenía la resaca de las fiestas neoliberales con “pizza y champagne”. Eso no ocurrió y ello terminaría con la crisis del 2001 con la huida en helicóptero del presidente De La Rúa.

Tras la acefalia y resuelto el problema de la sucesión, Néstor Kirchner, gobernador de Santa Cruz se hace cargo de la presidencia y tímidamente fue escalando en sus ambiciones. Las circunstancias internacionales no podían ser mejores, los mercados internacionales sonreían al mercado exportador y EEUU se hallaba subyugada en guerras lejanas sin darle importancia a la dinámica política que se gestaba en la región y que Hugo César Chávez lideraba en Venezuela. Precisamente y con estas circunstancias, Kirchner comenzó a vislumbrar que podría colgarse del carro de éste populismo “Bolivariano” pero usando a la imagen de Perón para referirse al “proyecto”. 
Pero lejos estuvo de consagrar la “tercera posición” o algo superador, sino que pronto dejo en evidencia que se apoyaría en los sectores de la izquierda “setentista” para sostener su programa mutante e indefinido políticamente que fracturaría a la sociedad.


Luego de  su extraña muerte, Cristina Fernández tomo el mando y como sucede en las venalidades, toda la familia tomo algún sitial en la nueva gestión.  Para ella, las reformas además de partidocráticas y sectoriales fueron meramente cosméticas que ahondaron la “grieta”. Sin saberlo fue el comienzo del fin, tanto para ella como para el PJ (sin distinción entre nacional y provincial) que se plegó a sus desopilantes políticas desintegradoras. Mucho más a la izquierda que su pragmático marido, CFK creyó que con algunos discursos altisonantes y emulando posiciones revolucionarias, reinaría por siempre pero el tiempo demostró que lo que construyo, estaba sustentado en pies de barro y para peor, lo hizo sobre un pantano que ya se ha tragado a la mayor parte de eso llamado “La Campora” . El final de ese “proyecto” ha llegado y con él, el de una época. 

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