OPINION
“FINAL DE EPOCA”
La derrota desastrosa del Peronismo dirigido por Cristina Fernández ha marcado un punto de no retorno en su posición como en las expectativas de aquel proyecto para la Argentina ¿Habrá un nuevo comienzo o solo es el comienzo del fin?
Por
Javier B. Dal
El 22 de octubre
último, la población argentina tomo una determinación crucial para su futuro tras
las elecciones parlamentarias. Fue sin dudas un momento culmine en la dirección
que iba a tomar el país, en todos los aspectos, sea en lo interno como en lo
externo pero especialmente, en el camino que puede llegar a desandar de ahora
en más en el ámbito de la geopolítica.
Argentina
venía desde 1983 en una continua cuesta abajo y que, más allá de glorificar al
entonces presidente Raúl Alfonsín por ser el presunto artífice de las bondades
de la incipiente “democracia” como un sistema de gobierno, en realidad la misma
–además de haber sido impulsada por Washington tras el cambio de sus
intereses- solo ha servido como argumento recurrente para encubrir la
ineptitud, los abusos de derecho, el latrocinio y por supuesto, la corrupción
político-estructural de la clase política.
En
esos momentos el negocio de la “guerra fría” entre Oriente y Occidente estaba
tocando fondo y las necesidades de la Casa Blanca ya no pasaban por eliminar a
la subversión comunista de Latinoamérica; ya no hacían falta los regímenes militares
para mantener a raya esa amenaza. Los objetivos geoestratégicos de EEUU estaban
cambiando rápidamente y debía tomar medidas. Como de costumbre y de un plumazo
le bajo el pulgar a los gobiernos militares y permitió que las elecciones de
gobiernos civiles volvieran al poder obviamente, siguiendo las directivas del
Departamento de Estado. En la Argentina, quienes ocuparían ese sitial serían
los mismos que entre cuatro paredes aplaudieron a la Junta militar durante los
años de plomo y que luego, tras la venida abajo de aquel estado de cosas, se
presentaron como los salvadores y los adalides de la “Democracia”.
Pero
lo que nos referimos aquí es a la caída de Argentina en lo que hace a su
posicionamiento internacional e incluso regional. Como parte de una comunidad
de estados, Argentina perdió progresivamente su peso político y con ello,
afecto sus relaciones económico-comerciales a niveles impensados.
Con una clase
política abúlica y autista, el país perdió el norte creyendo que todo podía
arreglarse dentro de sus propias fronteras abandonando los grandes temas de
estado, improvisando en áreas que no aceptan ligerezas (como inteligencia, área
de Defensa y política exterior) o a la sumo, realizando algunas alianzas con
sus vecinos más allegados pero nada más.
Esto
además de ser una demostración de obtusidad política y falta de previsión ante
el mundo globalizado y hostil que se aproximaba, evidenció la pasmosa
mediocridad del por entonces proyecto social-demócrata de Alfonsín y Cía que
solo se centro en purgas internas de tinte político revanchista para el impacto
partidista y el desguace sistemático de las Fuerzas Armadas, brazo
imprescindible para darle sustancia a la política exterior. Con ello se
debilito la estructura orgánica del estado como un actor saludable y confiable
en el contexto internacional convirtiéndolo en lo que metafóricamente podríamos
ilustrar como un mero hablador con
brazos escuálidos, tratando de esconder bajo la alfombra de discursos baladíes,
los enemigos externos que gravitaban y siguen gravitando sobre los intereses
nacionales.
Es
que como dijo alguien, “es más fácil destruir que reformar o construir algo
nuevo”; y solo a eso se dedicaron durante los últimos 34 años los politiquillos
advenedizos que se arremolinaron alrededor del estado para convertirlo en la
caja registradora de la cual cobrarse para simplemente no hacer nada
trascendental por el común dejando de lado los temas macro-políticos de la agenda geoestratégica que actualmente son
de relevancia ineludible para los intereses de todos los habitantes de la
nación.
En
apariencias eso fue entendido por Menem en la década de los noventa pero, al
poco tiempo revelo que la forma de insertar al país dentro del concierto
internacional no era ni la mejor ni la más inteligente. Su alineamiento
automático pareció ser la fórmula mágica. Si era la más rápida y hasta se
podría decir incluso espectacular, pero con consecuencias que nunca pudo prever
y menos aún conjurar. Sin una estructura renovada de sus áreas de inteligencia (
SIDE) que venían desmoronándose tras el gobierno de Alfonsín y con unas Fuerzas
Armadas desarticuladas, su gobierno quiso jugar en las grandes ligas de la
geopolítica internacional sin haber previsto que se estaba prestando a que ese
juego siniestro llegara a su país y causara las consecuencias que todos
conocen.
Fue
demasiado tarde para cuando Carlos Menem y sus ministros reaccionaron y se
dieron cuenta que el país en la situación que se hallaba, estaba desprotegido y
vulnerable. Esa negligencia además del daño que causó fue la clara demostración
–además del amateurismo- del desguarnecimiento en que el estado nacional
se hallaba para mínimamente atender o a lo sumo, detectar la existencia de planes en curso para realizar
atentados como los perpetrados entre 1992 y 1994, ni que hablar de perpetrar la
muerte de su hijo y la voladura de “Río Tercero”.
Menem
dejo pasar la oportunidad de dar el puntapié para reformar la infraestructura
global del estado nacional. Y bien decimos, “dar el puntapié” ya que sus dos
gobiernos no habrían alcanzado para que hubiera podido disfrutar de los frutos
de un proyecto de largo plazo como ese. Quizá fue por ello, que como le sucede
a todos los políticos argentinos, poco le intereso comenzar una obra de la cual
no podían disfrutar y menos aún usufructuar; Menem hizo como dijo Luis XV, “Después
de mi, el diluvio”. Para ellos el poder es la oportunidad para sacar ventajas
partidistas y obtener ganancias personales, nada más.
Para
1999 Menem y su gente eran historia y la Argentina caminaba sobre la
cornisa a punto de caer al abismo. Tras
la llegada al poder del gobierno de la Alianza-FREPASO liderada por el
presidente Fernando de la Rúa el país esperaba mejoras en la economía y un
cambio en los manejos de la política doméstica que tenía la resaca de las
fiestas neoliberales con “pizza y champagne”. Eso no ocurrió y ello terminaría
con la crisis del 2001 con la huida en helicóptero del presidente De La Rúa.
Tras
la acefalia y resuelto el problema de la sucesión, Néstor Kirchner, gobernador
de Santa Cruz se hace cargo de la presidencia y tímidamente fue escalando en
sus ambiciones. Las circunstancias internacionales no podían ser mejores, los
mercados internacionales sonreían al mercado exportador y EEUU se hallaba
subyugada en guerras lejanas sin darle importancia a la dinámica política que
se gestaba en la región y que Hugo César Chávez lideraba en Venezuela.
Precisamente y con estas circunstancias, Kirchner comenzó a vislumbrar que
podría colgarse del carro de éste populismo “Bolivariano” pero usando a la
imagen de Perón para referirse al “proyecto”.
Pero lejos estuvo de consagrar la
“tercera posición” o algo superador, sino que pronto dejo en evidencia que se
apoyaría en los sectores de la izquierda “setentista” para sostener su programa
mutante e indefinido políticamente que fracturaría a la sociedad.
Luego
de su extraña muerte, Cristina Fernández
tomo el mando y como sucede en las venalidades, toda la familia tomo algún
sitial en la nueva gestión. Para ella,
las reformas además de partidocráticas y sectoriales fueron meramente
cosméticas que ahondaron la “grieta”. Sin saberlo fue el comienzo del fin,
tanto para ella como para el PJ (sin distinción entre nacional y provincial) que
se plegó a sus desopilantes políticas desintegradoras. Mucho más a la izquierda
que su pragmático marido, CFK creyó que con algunos discursos altisonantes y
emulando posiciones revolucionarias, reinaría por siempre pero el tiempo
demostró que lo que construyo, estaba sustentado en pies de barro y para peor,
lo hizo sobre un pantano que ya se ha tragado a la mayor parte de eso llamado
“La Campora” . El final de ese “proyecto” ha llegado y con él, el de una época.
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