miércoles, 3 de abril de 2019


OPINION



“EL NACIONALISMO Y MALVINAS”

Por qué Argentina no logra levantarse de su letargo y no deja fluir el nacionalismo que alguna vez la hizo brillar ¿Cómo resolverá el tema de la ocupación de las islas del Atlántico sur?



Sir Charlattam
Cuando todo ha fracasado, cuando no hay más formulas ni recetas elaboradas por ideas políticas anacrónicas y en parte descontectualizadas de la realidad de una determinada nación, solo queda su historia como base donde apoyarse para dar y comenzar de nuevo.  Desde la segunda mitad del siglo XX hasta la primera década de presente siglo, el concepto de nacionalismo político fue deliberadamente atacado desde los claustros del llamado liberalismo político, una ideología o más bien una filosofía construida en Europa que se halla estrecha y funcionalmente ligado al liberalismo económico.

Precisamente, para el liberalismo económico no hay nada peor que el nacionalismo que –desde su perspectiva- coarta la iniciativa y los negocios privados poniendo límites al accionar de sus operaciones, impidiendo que los empresarios (emprendedores) y las corporaciones privadas puedan usufructuar de áreas estratégicas que solo deben estar para y por el estado. 
La realidad contemporánea y actual ha demostrado que allí donde no hay estado, gobiernan los que más dinero e influencias poseen. Es cierto que el dinero es la sabia de la economía per más cierto es, que alguien debe controlar esa circulación y su redistribución. El liberalismo no habla de la desregulación total del mercado o la desaparición del estado, sino aquella que esté en manos de uno que administre los intereses del país con una orientación del bien público y común. Para los liberales debe ser el mercado quien deba sentar las bases de la administración y el estado solo ver pasar sin hacer nada. La experiencia contemporánea vivida tanto en el cono sur como en el mundo, demuestra que dicha filosofía no solo no se cumple linealmente sino que, en la parte que lo hace solo beneficia a los más poderosos.

En sí el nacionalismo como pensamiento político es en alguna parte superior al liberalismo solo que ha sido exacerbado en sus aspectos negativos.  El llamado “populismo” es una deformación de aquel ya que se caracteriza por la corrupción estructural, la ineficacia y la demagogia. El caso argentino con el llamado “Kirchnerismo” ha sido el paradigma latinoamericano de ello, que dicho sea de paso, no tiene equiparación con el llamado “Chavismo” venezolano el cual se apoyó en los valores fundacionales de su prócer Simón Bolivar.

Por otra parte, los británicos hoy se ven en la misma encrucijada y hastiados de la UE buscan reeditar autonomía imperial apelando a un nacionalismo proclamado mediante el “Brexit” que dicho sea de paso, parece ser el comienzo y el fin de la primera ministra Teresa May.

Actualmente podemos ver como grandes ejemplos globales, a países que salieron de situación catastróficas empujados por la base de un nacionalismo impulsor, obviamente cada cual con sus propias características pero de nacionalismo al fin. Rusia tras el final de la URSS en 1991 parecía condenada a convertirse en un basurero y en el reservorio de los negocios sucios de Wall Street y sus socios (oligarcas) en el extremo oriente. Fue necesario que pasaran hombres como Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin para que la población advirtiera que no estaban yendo a ninguna parte.

La llegada de Vladimir Putin, constituyo en algún modo la refundación de una nueva Rusia en la cual, se abandonaron muchos de los anacronismos y se conservaron algunos valores de la era soviética, reviviendo las raíces eslavas de su pueblo sin olvidar las glorias del pasado contemporáneo inmediato (Como la II guerra mundial). En sí, se trató de una variante de nacionalismo ruso sin caer en los extremos del Stalinismo ni en las ineptitudes del “populismo” argentino.

Al parecer los argentinos estarían en vías de superar aquel fenómeno aunque, las políticas de los actuales exponentes de la política gubernamental pueden desembocar en una desilusión que de paso a otra deformación de un nacionalismo sano. Para los obsecuentes anglófilos que proclaman ser súbditos de la “democracia”-a molde de EEUU y la UE-, miran a otra parte cuando se les presenta ante sus ojos, las vilezas y atrocidades  que sus referentes han cometido y cometen en su nombre.

Usando las tragedias de la II Guerra mundial, haciendo centro especialmente sobre experiencias particulares como el nacional socialismo alemán (Nazismo) y el fascismo italiano, la predica del liberalismo había logrado crear un halo de desconfianza,  temor y hasta repudio hacia las visiones del nacionalismo allí donde se expresare. Igualmente y convenientemente, estos sectores no se metieron y aún no lo hacen con algunas corrientes del nacionalismo, que como el judío conocido como “sionismo”, actuó y sigue actuando con total libertad dando precisamente muestra, de los rasgos más oscuros y deformados de éste pensamiento.

En el caso de Argentina, pese a su prolífica historia de pro hombres que se sacrificaron por ir construyendo una identidad nacional que les hiciera fuertes ante las apetencias de las potencias coloniales de entonces (Gran Bretaña y Francia), la actualidad muestra un avanzado estado de descomposición en lo que a ideario nacional se trata.  La guerra de Malvinas en 1982 logró lo que ninguna fuerza política después del peronismo había logrado, aunar en un solo frente a todos los argentinos, más allá de las clases sociales, las ideas partidarias e incluso de los credos religiosos. Cualquiera de los líderes partidarios del país hubiera dado su alma para tratar de acaparar semejante fervor. Por suerte, ello no fue así.

Hubieron ejemplos destacados de ello. Pilotos de origen inglés volando aviones de reconocimiento argentino, montoneros como Máximo Nicoletti dispuestos a llevar adelante junto a la Armada una peligrosa misión en el peñón de Gibraltar, hasta espías de origen irlandés que con gusto, sirvieron tras las líneas de los Royal Marines. En este último ejemplo tenemos la historia de Ronnie Quinn, un argentino nacido de padres irlandeses criado en Argentina quien por su manejo preciso del idioma inglés, pudo prestar sus servicios de traducción sin que los mismos ingleses lo notaran.

A pesar de que los británicos –con el apoyo de la OTAN- se impusieron en el campo de batalla, no lograron abatir el espíritu de la causa.  Incluso más. Pese haber colonizado a los partidos políticos argentinos (incluido a los radicales con Alfonsín a la cabeza con su continuo repudio por la gesta), controlado subrepticiamente la operatividad de sus Fuerzas Armadas –Tras los Acuerdos de Madrid de 1990-  y a los obsecuentes medios de comunicación –sectores que se empecinaron en tratar de desmalvinizar- , el ideario sobrevive a pesar de las contrariedades que el mismo debe afrontar.

Esto fue bien advertido y estudiado en su momento por los analistas del Foreign Office quienes ilustrados por sus informantes del MI-6 en Buenos Aires, en particular por los articulistas del “Buenos Aires Herald”, quienes buscaron de inmediato de deslegitimar la empresa con las alegorías cancinas de la “dictadura militar”, la violación a los derechos humanos y las meras intensiones de maquillar una realidad interna insoportable. A pesar de esto y de los años que han pasado, la causa continua viva aunque si hay que señalarlo, el actual gobierno ha traicionado alevosamente una memoria épicas para necesaria para levantar un nuevo estado.

A ello vemos como aquellos obsecuentes y detractores anglófilos, hoy muy cómodos con actual marco político oficial, despliegan todo tipo de argumentaciones y discursos que tratan de menoscabar el interés de la opinión pública por continuar con las reclamaciones. Algunos periodistas argentinos son preclaros ejemplos de esto y buscan con sus razonamientos obtener la persuasión de que, “todo está perdido y no hay más nada que hacer”. Pese a ello, una pequeña llama de nacionalismo pervive  en estas tierras.

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