“UNA ENSEÑANZA
ESTRATEGICA”
Cómo la
dependencia tecnológica y la obsecuencia política de gobiernos débiles y
corruptos han generado ventajas estratégicas para algunos y el perjuicio para
muchos otros. Argentina: El Peligro de la estupidez perpetua
Por Charles H Slim
Una de las enseñanzas más conocidas y clásicas de la
forma de infiltrarse dentro del seno de un pueblo enemigo es sin dudas la
leyenda del “Caballo de Troya”. Aquella historia narra la artimaña tramada por
los griegos en su guerra contra los troyanos para poder penetrar en la
fortaleza de Troya, la cual se ubicaba en el extremo de la peninusla de
Anatolia, Turquía. Apelando a la vanidad de sus enemigos y mediante el engaño,
los griegos a modo de obsequio fabricaron un gigantesco caballo de madera que
simulaba una estatua sólida pero que en realidad, ocultaba en su interior un
compartimento que albergaba a un grupo de soldados que una vez dentro de la
fortaleza, saldrían silenciosamente y asesinarían a sus enemigos mientras
dormían.
En la historia contemporánea hay muchos otros
ejemplos similares aunque, con diversos actores y modalidades en su ejecución.
El caso de Argentina es uno de ellos cuando llegada
la década de los sesentas y setentas, se vio inmersa en las discontinuidades
institucionales que producto de las revueltas políticas internas y la agitación
subversiva de inspiración marxista, llevo a continuos golpes de estado. La
instauración de los gobiernos militares de esas épocas estuvieron avalados e
incluso apoyados por Washington que apelando a su política de Seguridad
nacional hemisférica por el “peligro del comunismo” que irradiaba desde la
Unión Soviética, autorizó y coordinó programas de seguridad hemisférica de
carácter secreto como fue el llamado “Plan Cóndor”.
Hasta no hace mucho, todos suponían que Washington y
sus agencias de inteligencia no sabían o no estaban al tanto de las cruentas actividades
de los gobiernos militares, los mismos que ellos ayudaron a instaurar y de sus
crímenes de lesa humanidad. Ese era
argumento baladí y poco creíble que los medios estadounidenses y los
obsecuentes repetidores argentinos blandían hasta no hace mucho y de continuo
para que el Departamento de Estado, la CIA y la Casa Blanca no se vieran expuestos
al escarnio público.
En realidad los funcionarios norteamericanos siempre
estuvieron al tanto y al detalle de lo que sucedía tanto en Argentina como en
todo el Cono Sur. Incluso más. La misma CIA participo en diversos grados y
formas en los procesos militares llevados adelante tanto en la Argentina como en
toda la región.
Por supuesto que no había un agente de la CIA agazapado
detrás de las cortinas del despacho presidencial en la Casa Rosada o camuflado con
un micrófono entre los matorrales de la Quinta de Olivos; no nada de eso. El
estereotipo del “James Bond” que occidente ha vendido en el cine y que tanto
maravilla a los intelectuales anglófilos argentinos es una fantasia que nada
tiene que ver con el frío despiadado mundo del espionaje. Las artimañas
utilizadas por los estadounidenses se basaron más en el aprovechamiento de sujetos
inescrupulosos dentro de los estados objetivo (funcionarios sobornables) y los
avances tecnológicos que otra cosa. Los supuestos “amigos” y “aliados” estadounidenses
podían estar al tanto de cada una de sus comunicaciones secretas y
confidenciales del gobierno argentino sin tener que mover un pie de sus
oficinas en Langley o incluso de la embajada de EEUU en Buenos Aires. Entonces
¿Cómo lo hacían?
Del mismo modo que el “Caballo de Troya”.
Aprovechando la credulidad y la oportunidad que la posición geopolítica les
daba en aquella época de guerra fría, los estadounidenses hicieron que los
gobernantes argentinos, con la obsecuencia que les caracterizaba –y les sigue caracterizando- y sin poner
en dudas aquellas sugerencias, compraran ciertos equipos de comunicaciones
cifradas (supuestamente invulnerables) a una firma suiza garantizándoles que
con ellas, mantendrían intercambio de datos e información de sus diversas áreas
del estado (en especial militar e inteligencia) bajo el más estricto
secreto.
La sugerencia implicaba la adquisición de equipos de
encriptación a la desaparecida empresa suiza “Crypto AG” la cual -y obviamente sin que lo supiera Buenos
Aires- trabajaba bajo cubierta para la CIA, la BND alemana y posiblemente
para el Mossad israelí. Si bien las fuentes estadounidenses plantean una
colaboración voluntaria de la inteligencia alemana de pos-guerra, lo real era
que la flamante CIA (fundada en 1947) por efecto de la ocupación y limpieza
ideológica controlaba totalmente las actividades de aquella. Las compras de estos equipos criptográficos a
la empresa suiza dirigida por Boris Hagelin estaban digitadas y controladas por
la “Agencia” y no a la inversa. En el mismo sentido, el acceso de los equipos M-209
y CX-52 a “gobiernos amigos” –entre ellos Argentina-, los mismos eran
entregados con instrucciones limitadas y hasta manipuladas para que sirvieran a
los propósitos de la CIA.
Las revelaciones surgieron recientemente de
investigaciones judiciales que se estaban llevando a cabo en Suiza y que entre
algunos de los argumentos planteados por los suizos, estaba el que “ellos no
sabían que EEUU había manipulado sus equipos”, un argumento bastante discutible
si nos remontamos a la época en que ello ocurrió.
Las principales agencias de inteligencia como la CIA,
el MI-6 y el Mossad israelí contaban y siguen contando con acceso irrestricto a
las industrias de desarrollo técnico-cientifico (en especial comunicaciones) de
cualquier parte del globo que pueda serles útil para sus propósitos. De esa
manera, cuando requerían ingresar a una dependencia que tenía puertas con cerraduras
especiales fabricadas por una determinada firma y que se promocionaban como “invulnerables”,
aquellos contaban con el acceso a sus llaves. O si querían escuchar lo que
ocurría o lo que decía un determinado funcionario dentro de un determinado
edificio gubernamental de un país enemigo, se las ingeniaban para que algún
mueble (mesa, escritorio o sillas) fuese reemplazado mandando a fabricar uno similar
con un micrófono de largo alcance y con una batería de larga duración en su
interior.
Por aquellas épocas esto era imposible de sospechar
y mucho más para los argentinos quienes, confiados y sin la gimnasia en estas
acciones arteras, no podían imaginar hasta donde serían traicionados en su
buena fe. La obsecuencia y la candidez no tienen lugar en estos temas. En el
mundo de la política internacional esto último es un espejismo y la credulidad
ciega puede traer consecuencias como las que más tarde pagaría.
Desde aquellas épocas y pasando por todos los
gobiernos militares y civiles hasta 2018, todos ellos sin excepción fueron
escuchados ilegal e impunemente por la CIA. Los descargos de la “Agencia” y del
Departamento de Estado no se hicieron esperar y pronto se argumento que pese a
ello, “funcionarios de la CIA estaban alarmados por los abusos contra los
derechos humanos”, un argumento muy poco creíble atendiendo a las implicancias
de la agencia con los escuadrones de la muerte, las torturas y desapariciones,
prácticas que la agencia siguió realizando a mansalva tal como ser comprobó en
Iraq y Afganistán.
Pero las consecuencias de esta traición tuvo ribetes
aún más escabrosos. El grado de insidia con la que procedió Washington fue tal
que llego a compartir el producido de este espionaje con Gran Bretaña y éste a
su vez con sus aliados regionales como Chile. Esto último fue concretado en
1982 en momentos que Argentina llevo adelante la recuperación (No invasión) de
las Islas Malvinas, Sandwiches y Georgias del sur.
El cúmulo de información traspasado a sus colegas
del MI-6 y la inteligencia militar británica es desconocida, pero no quedan
dudas de que sirvió (y en mucho) para sacar ventajas estratégicas de los
movimientos militares y diplomáticos que Buenos Aires estaba por realizar. De
esta manera los británicos siempre estuvieron un paso adelante y es muy
posible, que el Foreign Office la
misma Primer ministra Thatcher estuviera con un año de sobreaviso sobre los
planes inciales de lo que más tarde se conocería como la “Operación Rosario”. Esto último podría llevar a que muchos de
ustedes se pregunten ¿Por qué los británicos no reforzaron la guarnición de las
islas? Y las respuestas a la vista de todo esto y de las circunstancias de
aquel entonces son claras: La acción argentina era muy provechosa para la
alicaída carrera política de Margaret Thatcher y con la ventaja de tener una
fuente informativa dentro del seno mismo del estado nacional argentino –sin despreciar a los alcahuetes que trabajaban
para la embajada en Buenos Aires- las chances (a pesar de lo comprobado más
tarde en el terreno) de perder una guerra eran casi nulas.
Ello deja al descubierto una política opaca y
desleal que le costo a la Argentina la vida de muchos de sus ciudadanos y por
supuesto –por efecto de la derrota de
1982- un postramiento geopolítico sin fin, producto de su derrumbe socio
político interno que se extiende a nuestros días.
Pero ¿Cuál ha sido el alcance real de este
espionaje? La respuesta solo puede hallarse en los archivos del Departamento de
Estado norteamericano, la NSA y de la CIA en Langley y está claro que el estado
argentino no tiene intensión –y mucho
menos el poder- de impulsar un pedido oficial de información ante la FOIA
para que se liberen todos los archivos acumulados durante décadas por las
agencias federales estadounidenses
referidos a la Argentina.
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