miércoles, 20 de marzo de 2019


EN DEBATE



“MALVINAS Y LA GEOESTRATEGIA GLOBAL”

El contrasentido de las políticas de la Casa Rosada y el abandono del papel estratégico del atlántico sur y en particular de las islas Malvinas


Por Charles H. Slim
Pasados 37 años de la guerra por las islas Malvinas y su archipiélago circundante, aún no surge a la vista algún plan argentino para establecer una postura propia ante el claro despliegue de estrategias foráneas que están acorde a los desafíos actuales en un mundo mucho más complejo y peligroso. Pese a la actual política de acercamiento a cualquier costo que impulsa la Casa Rosada hacía el Foreing Office en Londres, la cuestión de la soberanía de las islas del Atlántico sur y de sus aguas adyacentes, la Argentina no logra articular una geopolítica coherente a sus propios intereses estratégicos. Para algunos es simplemente una estrategia basada en la cordialidad a largo plazo y para la mayoría de los argentinos un renunciamiento imperdonable. A la par de esta ausencia de políticas de estado tendientes a formar un planeamiento para atender los intereses nacionales, los británicos no han detenido sus actividades –tanto militares como las económico y comerciales- tendientes a ampliar su influencia no solo ya en el archipiélago, sino sobre la Antártida y la Patagonia argentina.

Lo más contradictorio de todo esto, es que ha sido el mismo gobierno argentino (con la cooperación de un sector de la sociedad) quienes les han abierto las puertas de par en par para que –entre otros- los británicos entren como en su casa y digiten los aspectos de la política exterior e incluso algunos de los más sensibles de la política doméstica. Nadie puede escandalizarse con esto ya que, no hay que olvidar la situación a la que el gobierno de Carlos Saúl Menem sometió a su país al –entre otras cuestiones mediante los Tratados de Madrid de 1990- entregarle el control operativo (obviamente encubierto y muy callado durante más de una década) de las Fuerzas Armadas de su país. 

Sin lugar a dudas, la desgracia del “ARA San Juan” acaecida en noviembre de 2017 es parte de esto y aunque la jueza de Caleta Olivia haya hecho su parte en tapar las pruebas que revelan una acción hostil sobre el submarino, hoy son pocos los que creen que se haya tratado de un accidente por el defectuoso estado de la nave.

Con esto en consideración, se advierte que no hay nada nuevo en el espectro de la política nacional. La improvisación y la carestía en materia de defensa continuara, en apariencias,  sin cambios. Con ello y en vistas de las próximas elecciones, no se advierte ninguna fuerza novedosa y menos aún con coraje político para proponer una reestructuración del país cortando con estos lazos invisibles que como en lo económico (con el FMI) mantienen inermes y en un estado de completa indefensión.

En este marco, cualquier tipo de proyecto de desarrollo de una geopolítica propia es imposible. Por el contrario y a la par de esto, otros actores si están en curso de fortalecer y otros de iniciar políticas activas para llevar adelante sus propias iniciativas de expansión de geopolíticas tendientes a controlar uno de los puntos más determinantes desde el punto de vista estratégico del planeta como es el Atlántico sur.

Para los británicos que se hayan en una pulseada interna entre si continúan bajo la égida de la Unión Europea (especialmente por las conveniencias del tráfico económico y mercantil) o adoptan definitivamente el Breixt, el control del archipiélago y sus aguas es una cuestión estratégica  para dominar una importante ruta marítima en el hemisferio sur que además, contiene en su extensa plataforma, riquezas minerales y energéticas (gas, carbón y petróleo) incalculables. 

Desde otro ángulo, la OTAN también tiene interés en que los británicos sean quienes controlen la zona, no porque sean parte del tratado solamente, o los consideren sus legítimos poseedores o cosas por el estilo; su fundamento pasa por el hecho de que en Malvinas se halla una de sus principales estaciones de antena para el control y posicionamiento global de sus despliegues operacionales. De ese modo, Bruselas puede monitorear toda la región e incluso intervenir las comunicaciones de todo espectro y de cualquier país de la región a voluntad.

Es por ello que los estadounidenses  (Comando Sur) están operando con mucha regularidad en la zona que se ve facilitada por la ayuda que les proporciona Chile por el corredor bioceánico del estrecho de Magallanes. 
En lo que hace a su presencia en territorio continental argentino, a las bases prexistentes se sumó la que se está instalando en la provincia del Neuquén, una señal más de la debilidad en el que se halla el país. Sobre esto recordemos, que el anterior gobierno nada hizo por tratar de mejorar las capacidades de las Fuerzas Armadas por lo cual, al quedarse en la mera retórica con posicionamientos meramente ideológicos desde una estéril UNASUR sin adoptar medidas realistas como si lo hizo Venezuela, se entiende la cronicidad de la situación y la falta de avances en su cambio.

Para ello, la política oficial de la Casa Rosada ha quitado relevancia al tema y hasta ha entregado con notable desparpajo el ejercicio de la soberanía a los buques y aviones británicos que pasan sin la menor objeción o amenaza por parte de la jurisdicción antes argentina. Para tapar esto, nada mejor que ventilar hechos y crónicas baladí impulsadas desde el espectro mediático empresarial que se encarga a toda hora, por entretener y distraer con sandeces a una opinión pública agobiada por una crisis económica doméstica y el crecimiento de la inseguridad urbana, siendo hoy por hoy la mejor cortina de humo para calmar las ansiedades el desarrollo de las próximas elecciones.

Pero mientras esto sucede, desde el Atlántico y podemos decirlo bien, desde el otro lado del océano, los estrategas y analistas militares de países como Rusia y China estudian con profundidad el desarrollo de una política geoestratégica para el Atlántico sur y la Antártida (ocupada por Gran Bretaña) entonces, en aquellos gobiernos habría surgido un cuestionamiento que lleva a hacerse la siguiente pregunta ¿Con quiénes deberán tratar para poder desarrollar actividades o establecer rutas marítimas en dicha zona, con Buenos Aires o Londres?

Y  aunque la pregunta incomode a la Casa Rosada, ella es clara. Si geográficamente es Argentina quien (pese a la guerra de 1982) debiera tener el ejercicio exclusivo y soberano de su jurisdicción sobre dicha zona pero, es el mismo gobierno argentino quien parece haber renunciado “oficialmente” a dichos derechos en favor de Londres y tangencialmente de Bruselas (Sede de la OTAN), los gobiernos de Moscú y Pekín no ven con  claridad quienes jurisdiccionalmente  son los que ejercen el efectivo control. Los chinos con su base en “Bajada del Agrio” (Neuquén) al menos ya están en camino.

Desde el punto de vista de los hechos, son los británicos y sus aliados regionales quienes ejercen de facto el control jurisdiccional, económico y político de las aguas y el espacio aéreo que rodea al archipiélago y que desde la asunción del gobierno de Cambiemos se han extendido hasta las costas del continente.

Desde el punto de vista del derecho, la posición de Argentina es indiscutible y no hay forma que Gran Bretaña ante los foros internacionales  pueda rebatir las reclamaciones históricas de Buenos Aires. Igualmente, el único fundamento que sustenta la actual situación de las islas y de las aguas circundantes es el monopolio de la fuerza y la presencia de facto que detentan los británicos quienes cuentan para moderar el impacto diplomático y mediático con el apoyo de entre otros de Israel.
Igualmente si Moscú como ha sido históricamente, un coherente interprete de la ley internacional y solo reconoce a la Argentina como el legítimo titular de los derechos soberanos de las aguas y el archipiélago del Atlántico sur, su agregaduría naval o una comitiva que buscara tratar con el actual gobierno argentino un posible desarrollo bilateral en cuanto hace a una geopolítica marítima conjunta en la región, chocaría con una reticencia política absoluta y una realidad material de las fuerzas armadas (en particular de la Armada) que harían inviables cualquier acuerdo.

No solo existe una pobreza material en la cuantía sino –y tal vez lo peor- en la calidad del existente,  sin un desarrollo y modernización del material empleado para las vitales tareas de la defensa y custodia del patrimonio económico-territorial y político argentino, lo que ha facilitado la cooptación del área por la adquisición y empleo de material de segunda mano (rezagos) proveído casualmente, por los enemigos del país. En este sentido, éstos mismos “aliados” para el gobierno, no han propiciado (y jamás lo harán) un programa de dimensionamiento real y eficaz de las instalaciones de la defensa –mucho menos de la marítima y aérea- no solo por el aporte de sistemas y aparatos modernos a la altura de las actuales amenazas en un campo bélico sino, por la ausencia de cualquier proyecto de desarrollo de nuevas estructuras en donde el país desarrolle sus propios potenciales.  
Igualmente como últimamente se ha sabido, la industria militar estadounidense ha venido en baja al producir proyectos de armamento altamente costoso y deficiente.

Si el gobierno fuera independiente en la toma de decisiones, libre de sus compromisos y de sus claras pulsiones ideológicas queda claro que, una cooperación o incluso una asociación con la Federación rusa en materia de desarrollo estratégico en el campo de la defensa para la construcción de puertos y su infraestructura en zonas frías como es el Atlántico sur y la Antártida, cambiaría radicalmente la posición del país e incluso de todo el cono sur, algo de lo cual (y es cierto aclararlo) demanda valor y decisión política, dos activos muy escasos o inexistentes en la corrupta clase política local.

Pese a estos obstáculos, la posibilidad existe si el gobierno argentino ingenierizara desde sus propios claustros, planes de una geopolítica de desarrollo sostenido que no estuviese sometida a las interferencias electoralistas y partidocraticas que caracterizan a cada periodo de gobierno, algo que ha resultado ser el freno y fundamento habitual del autoboicot que cíclicamente sufre el país que sin lugar a dudas, viene siendo funcional (y por ende son apoyados) a los intereses británicos, estadounidenses y de sus aliados que hoy tienen presencia física en el país y la región.

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