domingo, 1 de enero de 2017

EN LA MIRA





“ARGENTINA Y LA REALIDAD INTERNACIONAL”

¿Hay chances de que Argentina tome un camino propio para recuperar su propia agenda nacional?




Por Charles H. Slim
No es una novedad que Argentina trata de pasar inadvertida en todas las incidencias que se producen en la vida de una agitada y cada vez más compleja realidad internacional.  No sorprende para nada. Es una característica de la idiosincrasia de su clase política que solo ha demostrado tener vocación de llenarse los bolsillos tan rápido como  puedan mover sus manos. Pero bueno, hoy día la corrupción es un tema mundial y no puede endilgársele tan solo a los afamados argentinos, pero si hay algo que sin dudas fueron, fue el ser pioneros en delitos financieros a altos niveles del estado. Una deuda externa generada privadamente para convertirla en pública y el “corralito financiero” que dejó al país al borde del remate son las obras cumbre de los tecnocratas de traje y corbata.

En lo estrictamente político si podemos decir mucho, tal vez demasiado.  Pero antes debemos preguntarnos ¿qué ha hecho Argentina para tratar de salir de su histórico atolladero político? E incluso, ¿qué clase de política ha manejado ese país en los últimos cincuenta años y cuál parece ser la que se orienta actualmente desde la Casa Rosada? Como se puede ver, son solo dos cuestiones que encierran una parte de la respuesta que podría sacar adelante a una nación en decadencia.

Para darle un orden a estas cuestiones, debemos ver como se ha parado Argentina en el concierto internacional y cuáles han sido sus consecuencias.

Por principio de cuentas, al país no lo manejan argentinos o más bien, intereses auténticamente nacionales y es allí la madre del borrego. Con una histórica burguesía conservadora ligada al campo y la producción agropecuaria que se enlazaba con Londres, tras la segunda guerra mundial, el Imperio Británico desgastado y en retirada había perdido su peso específico y los admiradores de la política anglosajona no dudaron un minuto en redireccionar sus miradas a Washington, el nuevo rector y autoproclamado “líder del mundo libre”.  

La aparición de Juan Domingo Perón y de su  movimiento popular Justicialista allá por mediados de los años cuarenta, llamo tempranamente a la atención al Departamento de Estado Norteamericano que tras realizar un exhaustivo estudio de la dinámica de masas que convocaba aquel líder militar, no dudaron en colocarle un sello de “sospechoso”  y para nada conveniente para los planes que Washington preparaba desplegar en América del Sur y el Caribe.

Fue precisamente desde EEUU donde se promovieron las “operaciones de propaganda” para subvertir al insolente gobierno de Perón para lo cual  contó con la inestimable ayuda Británica que a su vez contaron con la colaboración de un sector selecto de la ciudadanía argentina que veía en Perón, el detestable defensor de los llamados despectivamente “cabecitas negras”.

Pero lo que más preocupaba a Washington y Londres era la política de desarrollo industrial que había diseñado y estaba implementando el gobierno peronista y que de la mano de hombres como el general Manuel  Nicolás Aristobulo Savio, amenazaban con desplazar a la industria pesada estadounidense que pretendía –de acuerdo a los planes del Departamento de Estado- mantener cautiva a la región obligándola a comprar la manofactura pesada estadounidense, relegando a la en particular Argentina a ser un territorio para el cultivo y la ganadería.

Juan Domingo Perón y su mujer Eva Duarte, eran un serio obstáculo a estos planes estratégicos y mucho más, cuando Perón ideó la alianza estratégica con Brasil y Chile que, de haber progresado, podría haber consolidado un triangulo estratégico que pudo haber cambiado el destino de la región.  A ello no hay que olvidar los tempranos proyectos de Perón por desarrollar la energía atómica y que se conocería como “Proyecto Huemul”, una idea admirablemente osada de su gobierno, pero intolerable para los intereses anglosajones que no permitirían que ello se concretara.

Con la masacre de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 montada con aviones pintados como los de la aviación naval argentina pilotados por británicos que habían partido desde Uruguay, se sembró la semilla de la discordia que promovió la desconfianza social y política en el país que  terminarían definitivamente el 16 de septiembre del mismo año con el gobierno peronista.

A partir de allí y como una esponja, poco a poco se fue absorbiendo la americanización política, cultural y hasta filosófica –si es que EEUU tiene alguna filosofía- que con algunas pausas, se estableció en la Argentina mediante una moderada relación bilateral entre Washington y Buenos Aires  que no estuvo exenta de idas y venidas e intromisiones indebidas por parte de EEUU.

Washington ha sido un constante castrador de las expectativas de progreso científico y desarrollo tecnológico independiente en varias áreas sensibles del país, especialmente en el tecnológico. Y aunque EEUU tenía un rango de potencia que la Argentina no podía negar, se puede asegurar que su clase dirigente –de haber tenido voluntad-  muy bien pudo haber resistido.  Lamentablemente la historia ha demostrado como por el contrario, sectores radicales, socialistas y hasta algunos peronistas colaboraron gustosamente para cumplir los designios norteamericanos que obviamente no eran ad honorem.

Los gobiernos militares de finales del sesenta y comienzos de los setentas, salvo honrosas excepciones fueron prolijos cumplidores de las directivas de Washington. En ese entonces lo que provenía de Washington era “palabra santa” y nadie se hubiera jugado el cuello por contradecirla. Y no olvidemos que cuando ello ocurría, muchos de los más importantes dirigentes –civiles- indistintamente de su color político, acompañaron aquel Status Quo y que como muestra de ello nunca faltaron a las fiestas de la embajada norteamericana.

Con el ascenso de la socialdemocracia de Raúl Alfonsín en 1983 y su comisariado político encarnado la “Coordinadora”, las distancias entre Washington y Buenos Aires se ampliaron pero, tal vez sin darse cuenta, terminó beneficiando con claridad a los norteamericanos. Su gobierno revanchista descalabro importantes áreas del estado, en especial la militar y de inteligencia, entregándola estúpidamente a una supuesta reestructuración a manos de agencias extranjeras (enemigas); una medida estratégica nada lúcida y rayana en la traición a la patria (art. 29 de la Const. Nac,)

La llegada de Carlos Saúl Menem a la Casa Rosada en 1989, fue la conclusión a décadas de idas y venidas con Washington, colaborando como pocos (envío de naves de guerra al Golfo Pérsico) y entregándole en forma obscena las pocas estructuras del desarrollo misilistico y aeronáutico de autoría plenamente nacional. Otra de las consecuencias que se arrastraba desde la administración de Alfonsín, fue la total permeabilidad en seguridad e inteligencia que in lugar a dudas  propició la ejecución de dos atentados terroristas en plena capital. Casi podríamos asegurar que la era Menem, fue un retroceso abismal en el ideario nacional para un desarrollo independiente y soberano.

La pasada gestión kirchnerista bajo el rótulo “Nacional y Popular”, además de constituir una burla a los verdaderos intereses nacionales fue más bien, la continuación de la  entusiasta política de desintegración de la poca estructura industrial de defensa que quedaba en pie. Más cómica fue su pretendida política de un nacionalismo mutante que además de no convencer a nadie, al tratar de usarla en el tema Malvinas, desató una oleada de carcajadas desde las islas hasta “Downing Street 10”. Curiosamente, sus políticas fueron tan dañinas como las impulsadas por Menen.

Actualmente la administración de Mauricio Macri parece orientada a restablecer una relación bilateral bien sintonizada con Washington aunque, sin caer en la prostibularia postura del “alineamiento automático” del menemismo de los noventas. Incluso logro buenas observaciones de la saliente administración Obama-Biden que vaticinaron la reinserción del país en el sistema financiero internacional. Igualmente,  algunas medidas tomadas por Macri causan preocupación; la instalación de dos bases militares en el territorio nacional y los estrechos contactos con las agencias de inteligencia que supuestamente ayudarían a las desarticuladas agencias locales (en especial a la AFI), dan indicios de una comprometida inserción en una geoestratégica mucho más compleja, ajena y peligrosa para la cual Argentina no se halla preparada.


En este marco ¿podrá el gobierno argentino, construir una política propia que se centre en los intereses nacionales o, terminara siendo un peón de los juegos de guerra de EEUU y sus aliados?

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