sábado, 9 de noviembre de 2019



“CREAR LA VERDAD”
Qué hacer cuando la realidad es tan inconveniente que no puede explicarse por si misma. Desde hace 18 años el mundo viene siendo testigo de las más descaradas politicas de desinformación que buscan crear una verdad acorde a las ideologías que ocupan el poder estatal

Por Dany Smith
Desde el punto de vista religioso suele decirse que no existe la verdad absoluta si ella no proviene de Dios. Para el griego Platón la verdad absoluta era necesaria e intemporal por lo cual está fuera del alcance de los mortales. En el derecho se enseña que no existen derechos absolutos dado que los mismos se ejercitan en el marco de la convivencia social en la cual, deberá haber una articulación entre los derechos de cada individuo que forma parte de esa sociedad revelando con ello una relatividad en el ejercicio de los mismos. 

Incluso en un proceso penal para dilucidar la comisión de un delito se habla de la necesidad –mediante una reconstrucción histórica- de llegar a la verdad material la cual no precisamente será absoluta. Con ello podríamos decir que la verdad  en ésta realidad no existe como un valor absoluto verificable.

Pero ¿Qué es la verdad? Desde un punto de vista pragmático es la coincidencia entre lo que se afirma de una situación que se advierte en la realidad material. Pero cuando esa situación o hecho se trasmite por terceros a quienes no lo han visto ¿Seguirá siendo verdad? Es ahí donde surge el dilema de la autenticidad de la verdad.

En la política  esto no tiene aplicación. Por el contrario, la verdad es la primera en ser deformada o suprimida ante la inconveniente realidad de hechos injustificables. En la guerra suele decirse que la verdad es “la primera baja”. La “verdad” es un activo central en la propaganda de los gobiernos que pretenden sostener sus ideologías y de los estados que buscan justificar sus políticas. Ciertamente en estas categorías no se discriminan por países con sistemas “democráticos” o no democráticos. Los estados como tales, llevan adelante políticas que pueden beneficiar a muchos de sus habitantes como así también perjudicar a muchos otros. Para ello necesitan argumentar sobre las mismas apoyándose en lo veridicto de sus posiciones a los fines de convencer a su propia población de los beneficios que aquellas políticas traerá a costa del sufrimiento de otros.

En Argentina por ejemplo la era de la posverdad es casi una religión. Con cada gobierno se instala un relato nuevo, una verdad y con ello, una nueva historia con verdades sagradas y héroes míticos que llegan a contradecir lo que inmediatamente antes de que ellos llegaran los medios de comunicación santificaban como veridicto. La llegada de Alberto Fernández  a la presidencia gracias al apoyo de la líder de la fuerza política (Kirchnerismo) que un tiempo antes critico con tanto ahínco y ardor,  además de la volubilidad  de su persona demuestra y preludia el intento de reinstalar o imponer una nueva verdad revelada que parece tener visos religiosos con el intento de santificar a Eva Perón”.

Crear la verdad a conveniencia de una ideología o estado es un arte con larga historia. La “verdad” para intelectuales como Walter Lippman solo estaba reservada a los altos funcionarios y burócratas del estado, asequible solamente a la elite del poder que dicho sea de paso, desprecia a los ciudadanos de a pie quienes no tienen el tiempo y la capacidad para entender y mucho menos discernir de los altos asuntos del estado. Aquí la verdad es la que fabrican los poderosos y es divulgada por sus intelectuales. De allí la necesidad del estado por aplastar las individualidades en favor de un colectivismo masificador, al cual es fácil de manipular.
Es así que para imponer una verdad propia y conveniente se necesita de mentiras y falsedades tal como lo hace la posverdad.

Los últimos 18 años a esta parte ha quedado demostrado que quienes se autodenominaban como “democráticos”, representantes de la verdad, resptuosos de la libertad y preocupados por los derechos humanos eran y siguen siendo tan viles y criminales como cualquier régimen autocratico y represivo de la historia. Y ello ha podido ser corroborado con sobradas pruebas, gracias a la masiva apertura informativa que permitió el internet y el desarrollo de fuentes alternativas de información que tan pronto como pudieron, los estados más preocupados por tapar su basura pusieron a rodar costosos programas de contrainteligencia e intoxicación informativa mediante las redes sociales en internet monitoreadas desde salas de “Ciberguerra” ubicadas en locaciones secretas.
Bush y Noriega en 1976

Cuando EEUU invadio Panamá en 1989, los medios estadounidenses justificaron la medida alegando que Manuel Noriega era poco menos que un dictador  y un criminal ligado al narcotráfico, pero omitieron mencionar que su ascenso al poder había estado ligado a su pasado con la CIA y su amistad con nada menos que el mismo y por ese entonces  jefe de la agencia George H. Bush.

Lo que hoy tanto  indigna a los políticos y empresarios de medios anglosajones y que desde hace poco se conoce como Fake News es una práctica extendida en los EEUU durante todo el siglo XX y parte de lo que va de éste siglo. La manipulación de noticias e incluso la fabricación de trascendidos y hechos totalmente inexistentes para justificar determinados fines, fue para Washington una constante en las políticas de intoxicación y ocultamiento de información cuando necesita justificar ciertos procederes y tapar las consecuencias de sus acciones.

Los ejemplos abundan. Pero sin dudas que la II guerra mundial fue uno de los escenarios más prolíficos para el ejercicio de tácticas de engaño y propaganda destinada a demonizar al enemigo y al mismo tiempo intimidar a los elementos disidentes de la sociedad occidental. Los principales medios para concretar estas políticas fueron el cine, la radio y por supuesto la prensa gráfica, necesarios para vehiculizar  esa “verdad producida” que el Establishment necesitaba masificar entre la población. Esto sucedia tanto en la Alemania Nazi como en los EEUU con Franklin D. Roosevelt, éste último pese a la propaganda que los auto proclamaba “libertadores del mundo” en muchos de sus estados los ciudadanos negros, por esta diferencia de color de piel no podían viajar en el mismo autobús o ir a colegios de blancos.

Más contemporáneamente, el ejemplo de como orquestar una campaña de propaganda que indignara a la población norteamericana para que apoyara el envío de tropas a una guerra que ya había sido planificada con antelación, fue el relato televisado de la supuesta enfermera kuwaití que alego ante cámaras haber visto como tras la invasión de 1990 los soldados iraquíes tiraban al suelo las incubadoras de los bebes. El testimonio era desgarrador y los hechos relatados sonaban indignante pero, era una gran mentira. La charada fue montada y costeada por el Departamento de Defensa norteamericano contratando –pagando con dineros públicos- a la empresa de Relaciones Públicas “Hill&Knowton” que realizó todo el montaje de un melodrama.

Un año antes en 1989, las manifestaciones en la Plaza china de “Tian an men” fueron descritas por los medios occidentales como una masacre indiscriminada cuando ello no fue ciertamente así dado que los calificados como “pacificos estudiantes” asesinaron a varios soldados e incluso los quemaron vivos.

La escenificación y la pronta dilucidación sobre los aparentes responsables de los ataques del 11 de septiembre de 2001, fue otra intentona por imponer una temprana verdad oficial que victimizara a los EEUU y justificara la venganza sin importar los medios para ello.

Los falsos informes de la CIA y el MI-6 sobre las armas químicas iraquíes y la supuesta conexión de Bagdad con “Al Qaeda” fue otro descarado embuste para justificar otra invasión que iba contra el derecho internacional. 

Desde el presidente Goerge W. Bush hasta la prensa estadounidense (que era levantada sin críticas en Argentina) avalaron esto aunque cabe aclarar, que hubo voces disdentes que denunciaron esta mentira a costa de su propia vida (Caso de John Kelly).

Ello sirvió para generar aversión y el odio hacia lo “árabe-islámico” entre la opinión pública norteamericana para que más tarde no se sorprendieran por las bestialidades que se causarían contra Iraq y los iraquíes. Demonizar al adversario hasta deshumanizarlo es el objetivo central en esta política sucia. Siniestro pero efectivo. Escenificado y representados los enemigos como malvados e inhumanos, debe trasmitirse por todos los medios (Cine y la prensa) esa imagen a la mayor audiencia posible.  

Dentro de este esquema de humo y espejos se inserta la llamada Lucha contra el terrorismo que en su misma terminología revela una contradicción irremediable ya que el terrorismo es una táctica de guerra y no una causa ideológica. El último episodio de este gran embuste fue la noticia de la cinematográfica eliminación de Abu Bakr Al Bagdadi que más allá de los pormenores de este advertido engaño, el mismo es parte del puzzle de mentiras que forman la verdad que Washington y sus aliados buscan colar desde 2001 en la opinión pública global.

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