“CREAR LA VERDAD”
Qué hacer cuando
la realidad es tan inconveniente que no puede explicarse por si misma. Desde
hace 18 años el mundo viene siendo testigo de las más descaradas politicas de
desinformación que buscan crear una verdad acorde a las ideologías que ocupan
el poder estatal
Por Dany Smith
Desde el punto de vista religioso suele decirse que
no existe la verdad absoluta si ella no proviene de Dios. Para el griego Platón la verdad
absoluta era necesaria e intemporal por lo cual está fuera del alcance de los
mortales. En el derecho se enseña que no existen derechos absolutos dado que los
mismos se ejercitan en el marco de la convivencia social en la cual, deberá
haber una articulación entre los derechos de cada individuo que forma parte de
esa sociedad revelando con ello una relatividad en el ejercicio de los mismos.
Incluso
en un proceso penal para dilucidar la comisión de un delito se habla de la
necesidad –mediante una reconstrucción
histórica- de llegar a la verdad material la cual no precisamente será
absoluta. Con ello podríamos decir que la verdad en ésta realidad no existe como un valor absoluto
verificable.
Pero ¿Qué es la verdad? Desde un punto de vista
pragmático es la coincidencia entre lo que se afirma de una situación que se
advierte en la realidad material. Pero cuando esa situación o hecho se trasmite
por terceros a quienes no lo han visto ¿Seguirá siendo verdad? Es ahí donde
surge el dilema de la autenticidad de la verdad.
En la política esto no tiene aplicación. Por el contrario, la
verdad es la primera en ser deformada o suprimida ante la inconveniente realidad
de hechos injustificables. En la guerra suele decirse que la verdad es “la
primera baja”. La “verdad” es un activo central en la propaganda de los
gobiernos que pretenden sostener sus ideologías y de los estados que buscan
justificar sus políticas. Ciertamente en estas categorías no se discriminan por
países con sistemas “democráticos” o no democráticos. Los estados como tales,
llevan adelante políticas que pueden beneficiar a muchos de sus habitantes como
así también perjudicar a muchos otros. Para ello necesitan argumentar sobre las
mismas apoyándose en lo veridicto de sus posiciones a los fines de convencer a
su propia población de los beneficios que aquellas políticas traerá a costa del
sufrimiento de otros.
En Argentina por ejemplo la era de la posverdad es
casi una religión. Con cada gobierno se instala un relato nuevo, una verdad y
con ello, una nueva historia con verdades sagradas y héroes míticos que llegan
a contradecir lo que inmediatamente antes de que ellos llegaran los medios de
comunicación santificaban como veridicto. La llegada de Alberto Fernández a la presidencia gracias al apoyo de la líder
de la fuerza política (Kirchnerismo) que un tiempo antes critico con tanto
ahínco y ardor, además de la
volubilidad de su persona demuestra y preludia
el intento de reinstalar o imponer una nueva verdad revelada que parece tener
visos religiosos con el intento de santificar a Eva Perón”.
Crear la verdad a conveniencia de una ideología o
estado es un arte con larga historia. La “verdad” para intelectuales como
Walter Lippman solo estaba reservada a los altos funcionarios y burócratas del
estado, asequible solamente a la elite del poder que dicho sea de paso, desprecia
a los ciudadanos de a pie quienes no tienen el tiempo y la capacidad para
entender y mucho menos discernir de los altos asuntos del estado. Aquí la
verdad es la que fabrican los poderosos y es divulgada por sus intelectuales. De
allí la necesidad del estado por aplastar las individualidades en favor de un
colectivismo masificador, al cual es fácil de manipular.
Es así que para imponer una verdad propia y
conveniente se necesita de mentiras y falsedades tal como lo hace la posverdad.
Los últimos 18 años a esta parte ha quedado demostrado
que quienes se autodenominaban como “democráticos”, representantes de la
verdad, resptuosos de la libertad y preocupados por los derechos humanos eran y
siguen siendo tan viles y criminales como cualquier régimen autocratico y
represivo de la historia. Y ello ha podido ser corroborado con sobradas pruebas,
gracias a la masiva apertura informativa que permitió el internet y el
desarrollo de fuentes alternativas de información que tan pronto como pudieron,
los estados más preocupados por tapar su basura pusieron a rodar costosos
programas de contrainteligencia e intoxicación informativa mediante las redes
sociales en internet monitoreadas desde salas de “Ciberguerra” ubicadas en
locaciones secretas.
Bush y Noriega en 1976 |
Cuando EEUU invadio Panamá en 1989, los medios
estadounidenses justificaron la medida alegando que Manuel Noriega era poco
menos que un dictador y un criminal
ligado al narcotráfico, pero omitieron mencionar que su ascenso al poder había
estado ligado a su pasado con la CIA y su amistad con nada menos que el mismo y
por ese entonces jefe de la agencia George
H. Bush.
Lo que hoy tanto
indigna a los políticos y empresarios de medios anglosajones y que desde
hace poco se conoce como Fake News es
una práctica extendida en los EEUU durante todo el siglo XX y parte de lo que
va de éste siglo. La manipulación de noticias e incluso la fabricación de
trascendidos y hechos totalmente inexistentes para justificar determinados
fines, fue para Washington una constante en las políticas de intoxicación y
ocultamiento de información cuando necesita justificar ciertos procederes y tapar
las consecuencias de sus acciones.
Los ejemplos abundan. Pero sin dudas que la II
guerra mundial fue uno de los escenarios más prolíficos para el ejercicio de
tácticas de engaño y propaganda destinada a demonizar al enemigo y al mismo
tiempo intimidar a los elementos disidentes de la sociedad occidental. Los principales
medios para concretar estas políticas fueron el cine, la radio y por supuesto
la prensa gráfica, necesarios para vehiculizar
esa “verdad producida” que el Establishment necesitaba masificar entre
la población. Esto sucedia tanto en la Alemania Nazi como en los EEUU con Franklin
D. Roosevelt, éste último pese a la propaganda que los auto proclamaba
“libertadores del mundo” en muchos de sus estados los ciudadanos negros, por
esta diferencia de color de piel no podían viajar en el mismo autobús o ir a
colegios de blancos.
Más contemporáneamente, el ejemplo de como orquestar
una campaña de propaganda que indignara a la población norteamericana para que
apoyara el envío de tropas a una guerra que ya había sido planificada con
antelación, fue el relato televisado de la supuesta enfermera kuwaití que alego
ante cámaras haber visto como tras la invasión de 1990 los soldados iraquíes
tiraban al suelo las incubadoras de los bebes. El testimonio era desgarrador y
los hechos relatados sonaban indignante pero, era una gran mentira. La charada
fue montada y costeada por el Departamento de Defensa norteamericano
contratando –pagando con dineros
públicos- a la empresa de Relaciones Públicas “Hill&Knowton” que
realizó todo el montaje de un melodrama.
Un año antes en 1989, las manifestaciones en la
Plaza china de “Tian an men” fueron descritas por los medios occidentales como
una masacre indiscriminada cuando ello no fue ciertamente así dado que los calificados
como “pacificos estudiantes” asesinaron a varios soldados e incluso los
quemaron vivos.
La escenificación y la pronta dilucidación sobre los
aparentes responsables de los ataques del 11 de septiembre de 2001, fue otra
intentona por imponer una temprana verdad oficial que victimizara a los EEUU y
justificara la venganza sin importar los medios para ello.
Los falsos informes de la CIA y el MI-6 sobre las
armas químicas iraquíes y la supuesta conexión de Bagdad con “Al Qaeda” fue
otro descarado embuste para justificar otra invasión que iba contra el derecho
internacional.
Desde el presidente Goerge W. Bush hasta la prensa
estadounidense (que era levantada sin críticas en Argentina) avalaron esto aunque
cabe aclarar, que hubo voces disdentes que denunciaron esta mentira a costa de
su propia vida (Caso de John Kelly).
Ello sirvió para generar aversión y el odio hacia lo
“árabe-islámico” entre la opinión pública norteamericana para que más tarde no
se sorprendieran por las bestialidades que se causarían contra Iraq y los
iraquíes. Demonizar al adversario hasta deshumanizarlo es el objetivo central
en esta política sucia. Siniestro pero efectivo. Escenificado y representados
los enemigos como malvados e inhumanos, debe trasmitirse por todos los medios (Cine
y la prensa) esa imagen a la mayor audiencia posible.
Dentro de este esquema de humo y espejos se inserta
la llamada Lucha contra el terrorismo
que en su misma terminología revela una contradicción irremediable ya que el
terrorismo es una táctica de guerra y no una causa ideológica. El último
episodio de este gran embuste fue la noticia de la cinematográfica eliminación
de Abu Bakr Al Bagdadi que más allá de los pormenores de este advertido engaño,
el mismo es parte del puzzle de mentiras que forman la verdad que Washington y
sus aliados buscan colar desde 2001 en la opinión pública global.
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